Carlos y yo habíamos decidido ir con la niña a pasar unos días a las playas del Mediterráneo para descansar de la rutina diaria de la ciudad. Una vez hicimos el checking y acomodar nuestras maletas en la habitación, decidimos bajar a la playa. Era un día soleado de Mayo. Gabriela cogió sus cosas, dispuesta a jugar en la arena y hacer bonitos castillos como era su costumbre. Carlos fue a por unos granizados que tomamos mientras el sol doraba nuestra piel.
Fue de repente que comenzaron a formarse grandes nubes oscuras que amenazaban lluvia tal vez. Un viento inesperado se llevó algunas sombrillas, dando comienzo a una tarde gélida. Un temporal se avecinaba cuando al momento, fríos copos de nieve caían sobre la arena.
Carlos y yo nos levantamos con rapidez llamando a Gabriela , que intentaba caminar en contra del viento. Carlos fue en su busca. La nieve comenzó a caer con tanta intensidad que, en unión con el fuerte viento, hizo que nuestra visibilidad fuera cada vez menor. La angustia se intensificaba y ya no podía ver nada, ¡gritaba a Carlos! pero él desapareció entre la nieve y el viento y ya no parecía escucharme.
Caminar era cada vez más complicado. Caí de rodillas en la arena en varias ocasiones mientras el viento azotaba mi cara y cegaba mis ojos. La nevada era cada vez más fuerte. En cuestión de poco tiempo se formó un espesor de metro y medio cubriendo la arena de la playa por completo.
A duras penas conseguí llegar hasta el muro que separa la playa. ¿Dónde estaban Carlos y Gabriela? ¿Habría conseguido rescatarla de este horrible temporal? Mis lágrimas comenzaron a caer por mi cara, cuando una mujer se acercó diciéndome que me apresurara a llegar hasta el chiringuito que sería nuestro refugio. Pero no podía, mis piernas se habían quedado paralizadas, tal vez por el frio, tal vez por el miedo de perder lo más hermoso que tenía en la vida en ese momento.
La mujer me ayudó a movilizarme y entrar en el refugio. Desde allí, no dejé de vigilar con ansiedad las figuras que tras la poca claridad, iban apareciendo extasiadas por lo sucedido, con la esperanza de que fueran alguno de mis familiares perdidos. Pasaron horas, después días, en las que la nieve no dejaba de caer. Pero durante ese tiempo, Carlos y Gabriela nunca dieron muestras de vida.
El giro final es triste y lastimoso!!
Buena narración!
Saludos Insurgentes