«Aquella noche en el bosque»
Recuerdo que hacía una tarde encapotada y la ansiedad se disparó hasta el límite en que mis propias manos deseaban asesinar a ese otro yo. Pegaban puños en mi cabeza, arañaban mi cuerpo, y tiraban de mi cabello mientras las paredes color celeste oscurecían hasta convertirse en un bosque tenebroso. Atravesé esas paredes en busca de una salida, hacia ese valle soleado donde encontrar la calma. Sin embargo, solamente tropezaba con rocas, raíces y ramas que se partían al pasar. En la oscuridad de ese bosque, mis gritos aclamaban para que esos seres terroríficos que me observaban me dejaran de acosar. Su aterradora mirada erizaba mi piel logrando que mi cuerpo se encogiera como un armadillo.
Ahora lo pienso y lo veo claramente, estaba obcecada en buscar una salida errónea, la que pensaba que me pertenecía, o la que yo creía merecerme. Y no había cogido el camino correcto.
Seguí por aquel sendero del terror hasta que topé con mi enemigo. El mismo que conseguía rasgar mi puerta cada vez que intentaba apartarme de mi otro yo. Llevaba meses mortificándome y cuando lo tuve delante, sentí tanto miedo que mi cuerpo quedó paralizado. Pensé en esconderme tras uno de los árboles pero ya era demasiado tarde, me tenía localizada y sus largas patas comenzaron a adentrarse entre tinieblas en busca de mi trémulo ser. Sentí en mi rostro cómo rodaban las lágrimas de impotencia. Mis uñas se clavaban en mis manos y mi mandíbula presionaba tan fuerte que temí perder algunos de mis dientes. Aún así, me escondí poco a poco tras un enorme sauce. La poca luz que desprendía la luna gibosa me permitió distinguir un hueco entre ramificaciones. Esas extensas ramas favorecerían mi escondite. Según se iba acercando ese monstruo tan cruel, el frío se iba apoderando de mí. De repente, mi mandíbula ya no presionaba si no que tiritaba descontrolada, provocando un sonido atronador del que haría triunfante a mi enemigo. Segundos después, las ramas de aquel árbol comenzaron a moverse como látigos sobre mí. Y él me miró, y sonrió mientras sus manos se posaban en mi cabeza para martirizarme aún más. Ese ser tan despreciable y aterrador estaba jugando a su antojo, disfrutaba haciéndome sufrir hasta oír mis gritos de pánico. Aquella noche en el bosque lo vi por última vez, su nombre; La Sombra.
A la mañana siguiente me encontraron en mi casa, desmallada en el suelo con todas las paredes rasgadas y mi cuerpo magullado. Dicen que mis uñas estaban rotas, con sangre y pelos incrustados.
Llevo dos meses encerrada en este lugar, donde todas las noches me dan un brebaje para alejarme de La Sombra. El amable señor de bata blanca me ha dicho que no volverá a molestarme.
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Relato muy descriptivo y lleno intriga y terror.
Saludos Insurgentes
Saludos