Y entonces llegaron aquellos cinco minutos de baile. Aníbal bailaba economizando los movimientos, parecía todo demasiado calculado, Idoia siempre bailaba acercándose a él con sus cinturas cobrando vida propia. Ella se arrimaba más, insinuando sus turgentes curvas. Su alma parecía gritar y la de él, sorda, solo quería dar golpetazos, como un tirano dando bandazos. Xisco hacía la paloma, complementándose con movimientos horteras y descoordinados. Sabía bailar, pero no le gustaba, era su alma quien le obligaba y su cuerpo parecía resistirse con aquella antiestética forma de pantomima. Siempre tuvo un cuerpo de rebelde. Inma y Gloria bailaban juntas disfrutando como dos niñas a las que han regalado su primer juguete. Bailan, posan, sonríen, beben, se juntan como si quisieran besarse, insinúan pero guardan una brizna de misterio, se las escucha aullar, juegan con sus cuerpos en una extraña mezcolanza de sensualidad, prohibición y atrevimiento. Sus almas pedían más a cada nota de música. Inma estaba espectacular, sin duda es una mujer muy atractiva. Pero Gloria tenía una sonrisa como recién nacida. Y Xisco sonreía aunque odiaba bailar.
Xisco se volvió junto a Aníbal e Inma a la mesa con una ronda completa de chupitos para todos. Sal, limas cortadas y cinco vasos de tequila, no era su bebida favorita y la liturgia de preparación le resultaba estúpida, insípida, pero aquella noche le había parecido la mejor opción. ¿Por qué? Tontas ideas del corazón se respondió. Idoia y Gloria se echaron la sal y lamieron el limón. Idoia se bebió el chupito con un hálito de culpabilidad, podía leerse en los inexpresivos ojos de Aníbal que él no toleraba las borrachas. Gloria e Inma dieron un respingo juntas, sincronizadas, pero Gloria decía más, jadeaba, sin duda disfrutaba profundamente aquel tonto ritual del tequila. Tontas ideas del corazón.
Ambigüedad y desamor.
Buenos versos.
Saludos Insurgentes