«ARIADANA»

- Mamá ¿como eran los arboles? - Ariadana miraba a su madre con sus enormes ojos muy abiertos, siempre que la llevaba a dormir tenía que hacerle muchas preguntas. Ese día estaba contenta, su madre la dijo que esa noche podría hacer todas las que se le ocurrieran.
- Muy altos y verdes, con hojas, los había de muchas formas y en ellos vivían unos animales muy variados, algunos los llamaban pájaros, esos volaban, pero también había otros que saltaban o trepaban. Eran preciosos.
- Mamá ¿cómo eran las casas? - Ariadana tenía un libro muy manoseado con dibujos, en unas hojas había animales variados, en otras vehículos de todo tipo, en otras paisajes, también tenía dibujo de ciudades.
- Las casas eran muy bonitas, algunas muy grandes, otras pequeñitas pero todas tenían el "tesoro", ¿sabes? en varias habitaciones de la casa había un grifo del que emanaba agua siempre que lo habrías.
- ¿Agua mamá? ¿como la del mar?
- No cariño, el mar que tu conoces es tóxico y quema, en aquellos tiempos el agua era dulce, incluso se podía beber directamente del grifo, en el mar te podías bañar y además había días en que llovía y el agua caía del cielo.
- Yo quiero vivir allí mami.

- Dentro de poco cariño, verás, cuando consigamos que nos lleven al trasbordador y viajemos lejos, muy lejos, seguro que podemos ir a un lugar que tenga todas estas cosas y muchas mas, cada vez falta menos.

Ariadana miraba a su madre, notaba en sus ojos un brillo extraño, esa noche sonreía menos que otros días, ella pensaba que quizás estaba enfadada por hacerle tantas preguntas. Solo conocía la cueva donde nació y muy pocas veces la habían dejado salir hasta la puerta. Se tenía que tapar completamente para poderse acercar y a pesar de ello, solía quedarse con alguna quemadura. Le habían contado que existían niñas como ella en otras cuevas pero que era muy peligroso salir, no se podía ir sin oxigeno y tampoco sin un traje especial que estuviese climatizado, ellas eran pobres y solo tenían uno que utilizaba su madre para ir a recoger los pocos alimentos que les daban en la Central.

Evidentemente su madre no le contaba que para conseguir alimentos había tenido que venderla a ella y que en breve se la llevarían. Nadie sabía que hacían con los niños. Los mas optimistas murmuraban que vivirían en la Central trabajando y que incluso algunos se iban en el trasbordador hasta Júpiter, donde había varias estaciones funcionando.

Pero la madre de Ariadana sabía la verdad, por eso decidió pasar esa la ultima noche que le quedaba hablando con su hija, prometiéndole un mejor mundo, disfrutando de unos momentos de pequeña felicidad.

- Vale Ariadana, nos dormimos, hoy me he traído pastillitas mágicas, ¿te acuerdas de esas que nos regalaron y nos hacían reir? pues estas dan sueño y solo se sueñan cosas bonitas.

- Toma dos para tí y cuatro para mi, ¡vamos a soñar juntas mi amor!

- ¡Que bien mami!