Sentada en la mesa de su escritorio, Jane repasaba todos y cada uno de los planos y fórmulas en busca del error, pues no alcanzaba a comprender cómo la prueba número veinticinco no había tenido éxito. Apenas había podido pegar ojo en días; el proyecto estaba cerca de llegar a su culmen y no podía permitirse perder el tiempo en nimiedades.
Tras varias horas de búsqueda, la mujer observó cómo la blanca luz artificial atravesaba los grandes ventanales a su espalda, iluminando la mesa.
«¿Ya es medio día?», pensó.
Con rapidez, se levantó y corrió las cortinas, sumiendo a la estancia de nuevo en la penumbra. En ese momento se dio cuenta: su ropa no había cambiado en días, pues seguía vistiendo la misma camiseta de tirantes y pantalones anchos estilo militar, pero ahora no podía parase a pensar en la moda; debía terminar el trabajo.
Con la mirada clavada en el suelo, caminó por la habitación, pensativa, a medida que se acercaba a una estructura metálica situada al otro extremo. Detuvo su avance a pocos metros de ella y la observó con detenimiento: el objeto, de unos cincuenta centímetros de diámetro con forma de anillo, se encontraba apoyado sobre una base rectangular. Múltiples chips y cables rodeaban el perímetro, unidos entre sí por una especie de bridas multicolores. Junto al artilugio se hallaba un pequeño aparato ovalado con forma de altavoz.
La mujer sacó de su bolsillo un coletero y recogió su oscuro cabello con él al tiempo que miraba de arriba abajo aquel anillo.
—No lo entiendo, debería funcionar —dijo.
En ese instante, la pantalla junto a la puerta de la habitación se iluminó, emitiendo un molesto pitido que duró varios segundos.
Jane, inmersa en sus pensamientos, apenas se percató de aquel evento y, como si nada hubiese ocurrido, continuó con sus deducciones.
—Tal vez, si modulo el receptor de frecuencia dimensional… —dijo, mientras manipulaba uno de los chips situados en torno a la estructura.
Acto seguido, cogió el aparato con forma de altavoz y pulsó uno de los botones que se encontraba en el lateral del mismo. La máquina comenzó a emitir un sonido; parecían interferencias, o al menos eso le pareció a Jane que, con nerviosismo, pulsaba repetidamente el botón lateral.
—Vamos. ¿Dónde estás?
Transcurridos unos segundos, el anillo dejó de emitir sonido alguno y, tras un pitido, dejó de funcionar.
—¡Maldita sea! ¡Estúpida máquina!
En ese momento, un golpe al otro lado de la metálica puerta de la habitación la sobresaltó.
—Sé que estás ahí —dijo una voz.
La mujer puso los ojos en blanco y, sin mediar palabra, se acercó a la puerta, pulsó uno de los botones junto a la pequeña pantalla y la puerta se elevó.
—¿Qué es lo que quieres, Rashik? —dijo la mujer con enfado.
El hombre entró en la habitación, sorprendido.
—¿Qué haces a oscuras? ¡Por Dios, Jane! ¿Cuánto hace que no sales?
—¿Ahora eres mi padre?
—No, pero soy tu hermano mayor, deberías escucharme.
—¿Has venido a arrestarme? —contestó Jane.
En aquel momento, Rashik cayó en la cuenta: había olvidado cambiarse de ropa tras su turno como oficial de las fuerzas de protección. Acto seguido, desató el cinturón en el que se encontraba su arma y lo colocó con cuidado sobre una de las metálicas sillas; desabotonó su chaqueta militar blanca, a juego con sus pantalones, y la dejó con cuidado sobre el respaldo.
—Estaba preocupado. Acabé mi turno y vine de inmediato. No voy a arrestarte, no has hecho nada malo. Deberías salir, despejarte.
—¿Eso ahora no importa? Lo importante es esto —dijo la mujer, señalando el anillo.
—Y dime: ¿Has avanzado?
—Estoy apunto —contestó la mujer desviando la mirada.
—Eso dijiste el año pasado.
—Pero ahora es cierto, solo un poco más y lo conseguiré.
—Esto te está consumiendo. ¿Es que no lo ves?
—Bueno, ya has visto que estoy bien, ¿algo más? Tengo trabajo.
—Está bien, ya me voy. Pero no te libraras de mí, volveré.
—Claro, claro —dijo la mujer, mientras acompañaba casi a empujones a Rashik hasta la puerta.
Había llegado el día, las pruebas no habían sido del todo concluyentes, pero teniendo en cuenta que la comunicación únicamente era efectiva durante el equinoccio de otoño, había pruebas que solo podía realizar ese mismo día.
Había pasado la noche en vela, pues el ajuste de la maquina debía ser perfecto, ya que solo tenía un día para recibir e interpretar los mensajes.
«Ahora, mostraré al mundo que se equivoca, que esos supuestos mensajes dimensionales no existen», pensó.
Con rapidez, activó su cámara de video y la colocó en ángulo.
—Esta es la prueba definitiva de que los mensajes no son sino interferencias perdidas en el tiempo, sin valor ni interpretación alguna —dijo la mujer, mirando al objetivo—. Esto es Auditium, un anillo dimensional, en teoría debería recibir cualquier señal que provenga de otra dimensión e identificarla —continuó al tiempo que agarraba el pequeño altavoz.
La mujer pulsó uno de los botones y la maquina comenzó a funcionar.
Tras unas horas, el aparato comenzó a emitir un sonido.
—Han pasado cinco horas y cuarenta y dos minutos…. esto es extraño, hay una señal.
La máquina comenzó a sobrecalentarse al tiempo que el altavoz comenzaba a emitir.
«¿Hola?, ¿Alguien nos escucha? ¡Necesitamos ayuda! ¡Ya vienen! ¡Acabarán con nosotros y después irán a por vosotros!».
Jane dejó caer el altavoz, horrorizada. Auiditium había funcionado y no solo eso, sino que la información obtenida era cuanto menos preocupante, pero algo ocurrió; antes de que pudiese reaccionar, el anillo estalló en mil pedazos.En estado de shock, la mujer reflexionaba sobre cómo había podido darse tal acontecimiento. ¿Había estado equivocada todo el tiempo?
«El consejo debe saber esto», pensó.
En ese instante, varios golpes en la puerta la sobresaltaron.
—¿Sí? —preguntó la mujer, nerviosa.
Tras varios minutos de silencio la puerta se abrió y varios hombres encapuchados entraron a toda prisa.
—!¿Qué es esto?! !¿No?! —gritó Jane.
Y gracias por enseñarme está bonita página en la que podemos apoyarnos todos
Saludos Insurgentes