Los tres amigos tuvieron que esperar unos minutos a Marta, que se hizo la remolona en la cama cuando sonó su despertador, o eso fue lo que les dijo. Finalmente, ya estaban en el coche de camino a Jaca. Entre risas y buena música rock de la que les gustaba a los cuatro, se sucedían las bromas sobre el maquillaje de Marta y su peregrina excusa de haberse quedado dormida. Cuando todos sabían que ella nunca salía de casa sin arreglarse antes.
—¡Joder, Marta, qué guapa estás! — bromeó Edgar desde el asiento del conductor.
—Claro que…¡lo tuyo te ha costado!— añadió Aitor desde uno de los asientos de atrás.
—¡Dejadme en paz, niñatos!— sentenció Marta desde el asiento del copiloto.
Por fin llegaron a los pies de la montaña y entonces se dieron cuenta de que Edgar llevaba por mochila una bolsa de supermercado para llevar su agua y unas deportivas corrientes. Subieron y llegaron al primero de los ibones, pararon y comieron algo para seguir su ruta pasando a Francia por el collado de los monjes. Fue ahí cuando Edgar sufrió una torcedura de tobillo debido a lo exiguo de su calzado.
Tuvieron que parar, se retrasaron más de la cuenta que habían echado para coger el autobús de vuelta y la noche se cernía sobre ellos en lo alto de una estación de esquí en verano.
Empezó a llover y decidieron desviarse hacia el bosque para guarecerse de la lluvia. Allí sintieron una presencia extraña cuando intentaron hacer fuego para calentarse. Un humanoide alto y peludo salió de entre los árboles diciendo con voz muy melosa que, si no prendían el fuego, a cambio él llevaría en sus fuertes brazos al accidentado Edgar hasta la carretera.
Y así fue, al rato pasó un coche y les recogió.
Se queda corta la historia.
Breve pero con chispa!
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.