Ciertos días intentaba no mirar mis cicatrices, traían recuerdos demasiado dolorosos de luchas que no siempre gané; mi pasado llamaba a la puerta para reclamarme algo que le había robado, y cuando me atrevía a abrir esa puerta era difícil cerrarla de nuevo.
Ese día, sin embargo, sentía valentía en mi corazón, me sentía a salvo y amada, ese día, mis cicatrices no dolían tanto, y mi piel arrugada era testigo de muchas otras cosas que viví además de la derrota. Ciertos días, quería recordar el pasado, y mi memoria me complacía sin negarme ni un solo recuerdo. Era uno de esos días.
Mi nieta me miraba atenta, preocupándose seguro de que mi mente hubiese tenido otra fuga, y de si la medicación estaba surtiendo efecto demasiado rápido. La sonreí compasiva, al fin y al cabo, ese día sí que sabía quién era ella.
- ¿Quieres que te cuente una historia? – no me atreví a pronunciar su nombre, por si acaso me equivocaba, no sería la primera vez y no quería para causarle ese tipo de dolor… otra vez.
- ¿Qué clase de historia? – me siguió ella el juego distraída mirando los monitores de la habitación del hospital.
- La historia de una guerrera. La que me hace estar aquí, cariño. Muriéndome vieja con muchos cuentos que contar.
- ¡Abuela no digas eso! No vas a morir. – pero ninguna de las dos creímos sus palabras.
- Mi historia. – no recordaba si ya se la había contado alguna vez, pero ese día necesitaba contármela a mí misma también. – Todo empezó con tu abuelo, y cuando me di cuenta que para él todos mis “no” se convertían en “sí”. Todo empezó cuando quise más, y él... ¿Recuerdas al abuelo?
- Sí.
- Mi lucha empezó cuando él intentó matarme en vida.
Bravo por todas esas mujeres fuertes sobreviviendo en su propia infierno...💔💜
Saludos,
Carol.
El giro final es brutal!
Saludos Insurgentes