El tiempo calla en sepulcral entierro. Voy descalza y tan solo las piedrecillas, los escarabajos y las raíces que se incrustan en mis pies me recuerdan que estoy viva. No presto atención a los árboles rasgando mis mejillas, enganchándose en la saca que pretende ser vestido.
Hoy, en tal negra noche, ni luna ni estrellas me acompañan a mi juicio, ya resuelto. La Iglesia arde con la llama de la crueldad, todos ya saben mi condena. Reluciente, poderoso y fugaz en un claro libera toda su furia un fuego que danza al ritmo de mis lágrimas. Caen, resbalan, carecen de vida y nadie las ve, trazan caminos por mi faz sucia. A mí tampoco me veían, hasta que vislumbraron el aire intoxicado de mi razón y ahora camino magullada, apresada. Las hierbas que una vez conocí son pisadas por los gritos enfurecidos del pueblo. Hay niños que lanzan piedras y mujeres que me desean mal, ya no veo mi piel. Mi piel que fue de mármol, delicada y bonita, que contuvo mi ser de curiosidad e inteligencia, hollada por sus manos grotescas que expiran sus pecados con un beso en los pies de Cristo. Sentenciada. Me muero con hambre, con sed y con miedo. Me retuerzo como las serpientes, como los gatos, como los gusanos, pero mis lágrimas no apagan el fuego ni mis gritos sofocan los del pueblo. Ya quema mi ropa, quema mi piel, mis ojos y mi ser.
No quiero morir así, no quero ser olvidada así. La pira me consume, no puedo pedir compasión porque no tengo labios. Mi dolor me tortura. Se me traga el tiempo, se me traga la pena. Soy joven y me han torturado hasta que las llamas han consumido el horror de su ignorancia. Soy joven y me han matado.