«¿Cómo sería tu día antes del fin del mundo?»
Rebeca bajó la bicicleta a la calle y como cada día levantó la vista al cielo mientras se colocaba el gorro.
-Ya podrías moverte tú también, todo el día ahí tirado.
Cuando apareció la nave, Rebeca era de las que lo dejaron todo sin mirar atrás. Total, la humanidad había terminado y no había futuro. Hace un año, estaba estudiando un grado medio de Administración que abandonó para aprovechar el poco tiempo que les quedaba, pero ahora resulta que la exterminación no estaba tan próxima y tenía que recuperar un curso entero.
Mientras iba pedaleando con la bicicleta, iba recordando como sucedió todo. Recordó la nave apareciendo una mañana, sin previo aviso, sin ningún ruido que alertase su presencia. Durante unos segundos la presencia de la nave pasó totalmente inadvertida, porque, en estos tiempos que corren, ¿quién tiene un segundo para estar mirando el cielo? Pero entonces, lanzó su potente profecía.
Oh, la humanidad.
La ciudad, el mundo cayó en caos. La gente lloraba, gritaba, caían sumidos por ataques de pánico. Se llenó todo de periodistas, científicos, militares dispuestos a desentrañar el misterio, y en caso contrario, destruirlo. Surgieron los saqueos y aumentaron los éxtasis religiosos, a todos los dioses se le hicieron promesas que nunca se cumplirían…
Pero pasó el primer día. Luego el segundo. Más tarde, una semana. Y de ahí, a un mes.
Y nada pasó. La exterminación no era tan inminente. Todos se relajaron, perdieron el miedo y se lo empezaron a tomar a broma. Y ahora, más de un año después, todo había vuelto a la normalidad. Todos habían incumplido sus promesas, y las muertes por suicidios y las provocadas en los disturbios ya se habían sustituidos por los embarazos surgidos del frenesí.
La nave repitió en el cielo, llega el fin del mundo, preparaos para la exterminación…
Al otro lado de la ciudad, Ramón levantó la persiana del bar de su padre. En los días del “incidente”, como lo llamaban en la prensa, él trabajaba en una gran consultora, cobrando seis cifras al año. Él fue otro de los que quemó puentes cuando apareció el objeto en el cielo, sacó todo el dinero de su cuenta y lo fundió en dos días. Pero el fin del mundo no llegó, y no podía volver a su curro después de las cosas que le dijo a su jefe. Así que ahora trabajaba con su padre, y cada mañana miraba al cielo y maldecía el momento en que se vislumbró la nave.
Mientras, justo debajo, pero a decenas de metros a distancia, en un búnker subterráneo, cabecillas del ejército y del gobierno debatían sobre la idoneidad de un ataque sincronizado al aparato con armas nucleares, aún a costa de las vidas de los habitantes de la ciudad.
Rebeca volvió a casa para estudiar, al día siguiente tenía un examen importante. Ramón cerró el bar temprano hoy, desde que abrió el centro comercial con sus franquicias de comida rápida y cervecerías baratas apenas pasaba nadie por allí.
La ciudad está llena de historias como las suyas. Personas anónimas que durante un lapso de tiempo y debido a un incidente externo abandonaron sus inhibiciones y para bien o para mal vivieron como realmente quisieron y vivieron con las consecuencias. Como Julio, un cura que dejó la Iglesia para declararse al amor de su vida. O como Pedro, fiel y devoto padre de familia que abandonó a sus hijos para fugarse con su secretaría. O Julia, que regaló todos sus bienes y ahora ha vuelto a vivir en casa de sus padres.
El que quema su coche para bailar entre las llamas al día siguiente va a trabajar en bicicleta.
Llegó la medianoche. Desde la cama de un hospital, Carmen miró al cielo con nostalgia. Es la única en todo el planeta que se sentía realmente agradecida con la aparición de la nave. El mismo día que surgió en las alturas la diagnosticaron con un cáncer terminal, le aseguraron seis meses de vida, luego se iría viendo.
Para ella, la nave en el cielo era el recordatorio constante de su fragilidad. Su exhortación, su profecía, era para ella una guía, un faro. El fin del mundo va a llegar, sí. Su fin del mundo, y el de todos. Cada día que ella lo escuchase, era un día más en el que seguía existiendo, era un día más que seguía viva. Y por eso estaba agradecida.
Ya es el momento, pensó. Y sin más, sin más parsimonia y sin resistirse, cerró los ojos y se dejó llevar.
Nunca se supo si los dos hechos estaban correlacionados o fue cosa del puro azar, ya que no quedó nadie para poder investigarlo. Pero en el momento en que Carmen exhaló su último aliento, la nave del cielo abrió su compuerta para llevar a cabo su maniobra.
Y así, en calma, en paz, se produjo el fin del mundo.
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Me ha encantado!!
Saludos Insurgentes