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No sé cuántas horas llevo encerrado en casa. Esta mañana se han ido todos. Se han ido, y me han dejado solo.
He tenido que hacer mis cosas en casa. La puerta está cerrada, ¿qué podía hacer?
Tengo agua, pero el pienso se me ha acabado, así que he mordido los lápices y los planos que Silvia tiene en su escritorio. Pero no está rico y no es suficiente. Me tumbo frente a la puerta pero no llegan. Decían que iban a hacer unas compras al centro comercial para la fiesta del sábado. Leo cumple 6 años. Somos iguales de divertidos y formamos un buen equipo. Nos gusta romper cosas desde pequeños, por eso me llamaron Conan. Por eso, y porque impongo con mi potente físico de Pastor Alemán.
Ya es de noche y ni rastro de Ángel, de Silvia o de Leo.
Siento como la ansiedad va pudiendo conmigo, necesito desfogarme, solo tengo dos años y necesito salir. Muerdo los cojines del sofá y todo se llena de pequeñísimas plumas. Algunas se han quedado enganchadas a mi pelaje.
El sol empieza a salir en un nuevo amanecer y no sé qué hacer. A mí no me importa, pero creo que no les va a gustar como estoy gestionando tanta soledad.
De pronto, un estruendo se oye fuera. También a gente chillando y corriendo. Me asomo a la ventana del salón y veo el coche de mis dueños estrellado contra unos contenedores. La ventana es corredera y está entreabierta. Salto a la acera de la urbanización. Ángel está sentado con el cinturón. Quiere salir, pero no se lo quita ¿? Está muy raro. Me gruñe. Huele a muerte.
Veo a Silvia y a Leo, huelen a ellos mismos. Corremos. Nunca más estaré solo. Les defenderé de los muertos que caminan.
Suerte que Conan es un can fuerte y aguerrido.
Difícil defensa contra los zombies!
Saludos Insurgentes
Saludos.
Buenísimo relato Noelia 💕