Llegó la primavera. La época de la alegría, el verdor, la vida. Pero Rosa no florecía, pues traía consigo el recuerdo de un rostro cada vez más desdibujado; un recuerdo que agonizaba con el paso de las primaveras. El brillante verde de cuando era niña pasó a simbolizar muerte en lugar de vida. Una muerte defendida, por pura lógica, frente al olvido; aferrada a una flor que cae inevitablemente, pero que no ha dado sus frutos. Para ella la primavera se sentía como el invierno: agónicamente frío. Tan lejano era el recuerdo, que empezó a creer que se tratase de un terrible sueño, que no pesadilla, pues las emociones que despertaban en ella pasaron del dolor a la apatía. Ya no sentía nada, solo se marchitaba sin remedio. Ni siquiera era capaz de distinguir la realidad de su imaginación.
En su viaje en tren a la ciudad de su infancia, siempre se sentaba en sentido inverso a la marcha, fijando la vista en el paisaje que dejaba atrás a rápida velocidad; casi como si estuviera despidiéndose del futuro en su camino hacia la perdición.
Rosa dio paso al invierno con su partida, una primaveral pérdida del todo antinatural. Pero el tiempo no tiene una dirección física, solo es un producto de la razón. Y si la razón llevó a nuestra protagonista hacia la locura, entonces el tiempo es relativo, y el invierno puede suceder a la primavera.
Relato descriptivo y bien narrado.
Saludos Insurgentes