Su mirada se pierde en el infinito. La oscuridad de la noche abriga su alma rota. Desde lo alto de la azotea observa el mundo bajo sus pies. Los coches, la luna, las nubes, las personas…Admira la vida pasar frente a sus ojos y anhela la suya, la que un día le arrancaron. Se le forma un nudo en la garganta y un sudor frío le recorre la espalda. En unas pocas horas volverá al colegio. La idea le aterra. Tanto, que se imagina cayendo al vacío y perdiéndose en el infinito. La voz de su madre le saca de sus pensamientos.
Al día siguiente no necesita abrir los ojos para despertarse porque no los ha cerrado en toda la noche. Ha llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Las primeras horas en el colegio transcurren sin sobresaltos. Sin embargo, el recreo se convierte en una pesadilla. Los niños corren a su alrededor. Trata de sortear sus miradas. Percibe unas risas burlonas. Se gira sin pensarlo y es entonces cuando se percata de algo que no esperaba. Los monstruos que le han robado el sueño le tiran piedras al nuevo. Suspira aliviado y sin saber cómo ni porqué uno de ellos le regala una piedra. La aprieta fuerte con la mano. La oculta entre sus dedos. Se acerca unos pasos hacia los niños. Siente cómo sus emociones se transforman en segundos: frustración, impotencia, ira…El odio le quema por dentro. Frunce los labios, aprieta de nuevo la piedra y toma conciencia de que ya no es quien era.
Bien narrado compañera, con un final muy enigmático.
Saludos Insurgentes