Cuando ya todo parecía perdido, cuando la vida en la Tierra agonizaba en su lecho de muerte y la humanidad completa parecía abocada a su extinción total, sucedió algo que cambiaría el trascurso de la historia para siempre.
Los enfrentamientos militares entre las grandes potencias mundiales habían desembocado en una lucha, de poder a poder, por el control total del planeta. En esa batalla, cualquier estrategia era válida para conseguir la supremacía sobre el resto de adversarios. Lo que comenzó como un simple cruce de acusaciones entre dos países, fue adquiriendo un tono, cada vez, más beligerante, hasta llegar al uso de las armas. Desafortunadamente, la igualdad existente en la contienda entre aquellas dos naciones la intentaron desequilibrar incluyendo a nuevos países en la batalla. Dicha estrategia no surtió el efecto deseado y la equidad entre ambas fuerzas se mantuvo hasta que, uno de los contendientes, cometió el terrible error de tomar la decisión que más graves consecuencias podía traer a la humanidad. Los botones rojos se accionaron y una destructiva avalancha de cabezas nucleares sembró de terror y el caos en los cinco continentes. La mayor parte de la población mundial pereció a consecuencia de las ondas expansivas de las explosiones y aquellos pocos que lograron sobrevivir sufrieron, en sus propias carnes, los efectos devastadores de la intensa radiación que asolaba todo el planeta.
Hubo, sin embargo, una nación que decidió trazar una estrategia diferente a la de las demás. Aquel país, en lugar de sumarse a uno de los bandos y desarrollar su potencial armamentístico, como ya habían hecho los demás, decidió mantenerse al margen de la guerra y apostó por emplear sus recursos en medidas de protección ante las terribles consecuencias que podía conllevar un hipotético holocausto.
Narración y vocabulario exquisitos.
Saludos Insurgentes