«David contra el mundo»

"Podrías haberte venido conmigo a aprender el oficio de albañil, no haces nada, no quieres trabajar. No sé en qué piensas... en leer libros y escribir una historieta, ni para eso sirves." Las palabras de mi padre una vez más me fracturaban la sien por dentro y me revolvían de angustia. Pero no respondí,  me resignaba a escuchar avergonzado y furioso mientras mi ansiedad aumentaba. Minutos más tarde frente a mi ordenador me dije a mí mismo que tenía que escribir algo grandioso para el próximo concurso, para ganarlo y no quedar como un simple finalista como en los anteriores. Estuve mucho tiempo pensando y no se me ocurrían ideas. Como quien no quiere la cosa empecé a recordar toda mi vida desde mi infancia en el colegio.
La casa donde yo crecí era horrible, pero era mi casa, era mi hogar. Aquello era una jaula de grillos entre gritos y discusiones, éramos siete hermanos, no diré más.
En el colegio, él profesor de gimnasia siempre me echaba la bronca y me llamaba vago, yo le explicaba mi teoría: Tú tienes la edad del semen con el que te crearon. Y le repetía una y otra vez: "Es que mi padre es muy mayor, me tuvo con cuarenta y tantos, por lo cual, yo ya he nacido un poco viejo y cansado." Mientras los demás chicos corrían alegremente,  yo pensaba: "Mierda que espermatozoides más sanos les han tocado".
Recordé otro episodio curioso. Cuando me hice las fotos para la orla, el fotógrafo me pidió que sonriera.
—¡Sonríe, sonríe!
Los fotógrafos siempre piden cosas así.
—Pero, ¿por qué?
—Sí, venga sonríe.
Es ridículo, los fotógrafos siempre se empeñan...
—No veo motivo. —contesté sin cambiar el gesto.
Siempre estuve deseando decir eso, en lugar de ser amable y sonreír como un idiota.