«Hechizos y asesinatos»

Nunca había creído en hechizos ni brujería pero mi desesperación era tal que estaba dispuesta a lo que fuera para que las hojas en blanco se convirtieran en la mejor de mis novelas.

Un mechón de cabello, un frasco de gusanos vivos, una rana muerta y unas gotas frescas de mi propia sangre fueron suficientes para hacer que mi centenaria máquina de escribir comenzara a teclear con vida propia.

"Un enorme charco de sangre rodeaba el cuerpo. Me quedé paralizada contemplando aquella dantesca escena mientras agarraba con fuerza el cuchillo. Algo me hizo reaccionar, solté el arma homicida y convertí mi dedo índice en pluma y aquel líquido espeso rojo en tinta escribiendo extraños mensajes en las paredes. Después abandoné el edificio sin dejar rastro alguno aunque sabía que, tarde o temprano, la policía ataría cabos y terminarían dándome caza.
Volví a casa y seguí con mi rutina diaria de escribir, ahora tendría material suficiente para desarrollar nuevas tramas..."

Las teclas continuaban escribiendo a un ritmo frenético y mis ojos no podían apartarse de cada una de esas palabras.

El sonido tan característico de la máquina de escribir seguía rompiendo el silencio que inundaba el despacho provocado por mi bloqueo mental.

"Había pasado poco más de una semana después de mi tercer asesinato. Aún recuerdo el rastro de perfume que aquella joven dejaba tras de sí. Un olor que ahora yo intentaba plasmar en esta historia para que el lector pudiera sentirlo en las páginas de mi próximo libro. De repente el silencio se rompió por el sonido de los coches de policía y los reflejos de las luces azules y blancas de las sirenas se colaban a través de las ventanas..."

Continuaba leyendo atónita cuando la policía golpeó mi puerta y esas mismas sirenas y luces rodearon mi casa.