«¿De verdad?»

- Ya lo he conseguido, cadena perpetua en una celda con ventana a la calle. Ya no tengo que afrontar el paro ni el desahucio ni, mucho menos, el no llegar a fin de mes. Sí, la cárcel. Tal vez es una solución extrema, pero ya estoy cansado de dar sin recibir, ahora recibiré yo.

- ¡MATÍAS! ¡SÉ QUE PUEDES OÍRME! Bien, escucha. Nos equivocamos, tu abuela está en peligro. Aquel tan recto y honrado, fiel creyente de Las Leyes, ha decidido vengarse. Tienes un problema y un mes para resolverlo. Yo lo vi en una armería notablemente nervioso y ansioso. Y, lo siento, he de irme, ya lo sabes...

-¡JULIÁN! ¡ESPERA! ¡JULIÁÁÁÁÁÁN! Maldita sea, joder. Me ha vendido. Me encargaré, pero ¿Cómo? Tras mi larga perorata no hay quien me salve...

Así estuvo un rato mirando por la ventana hasta que apareció un pajarillo. Le miraba con atención, como si le escudriñara. ¿No eran tontos los pájaros?

Estuvo ahí un rato, incluso cuando se tumbó en la cama. Y al día siguiente, y al otro y, finalmente, al tercero tuvo una idea.

Cogió un mapa de la ciudad de la biblioteca, un papel para dibujar y un chusco de pan. Si funcionaba, podría mover sus redes clientelares una última vez, a través del misterioso pajarillo.

Le enseñó el mapa, indicó un punto y luego señaló al dibujo que había hecho.

- Lindo pajarillo, tráeme este objeto de esta ubicación y te daré este trozo de pan.

Tras un rato mirando, el pájaro voló y, al tercer día volvió con el objeto. Su desesperación se convirtió en esperanza y la esperanza en una nota atada a la patita. Voló al punto indicado.

- Abubilla soy y tu abuela vive, asesino mío.

- ¿Cómo es posible? Pero si... No, imposible.

- De nada, asesino mío.

Y voló.