Martín acababa de entregar su última novela. Habían sido cuatro años de duro trabajo interrumpido únicamente por aquel libro de relatos tan deseado. Ningún personaje como el de ese hombre le habría creado tantas inseguridades e insomnio, terminando con la visita al psicólogo por primera vez en su vida. Se trataba de un asesino en serie con una doble vida. Guapo, exitoso y seguro de sí mismo que en determinados momentos eran los asesinatos su centro de atención. Organizado y preciso, calculaba todo al mínimo detalle.
Le resultaba difícil ponerse en su lugar, quizá por eso había querido borrarlo y dirigir la historia sobre otro protagonista que no le causara tanto dolor, aunque finalmente accedió a terminarla. Pero su pesadilla no había llegado a su fin. Al editor le había gustado demasiado y no quería que ese personaje muriese todavía.
―¿Así que querías destruirme?
―¡Tu?
―Solo yo decido cuando se termina la historia.
―Tu no vales nada, ¡solo eres una pesadilla!
―¡Pobre! De verdad te creías eso? Formas parte de una multinacional. Si esta historia funciona, porque lo hará, te exigirán una trilogía, y tendrás que vender el libro en todas las ferias del país.
―¡Jamás haré eso!
Quiso llamar a su editor para anularlo todo, pero sabía que era imposible. Ese maldito tenía razón, la editorial nunca se desprendería de algo con lo que podría ganar mucho dinero. Le quedaban dos años para terminar el contrato y ya estaba agotado y frustrado.
―Veo que tus pensamientos se dispersan, sonreía Josué.
Dos meses después, y tras ganar el premio Planeta, Martín Alonso aparecía ahorcado en el despacho de su casa. Sobre la mesa una carta dirigida a alguien llamado Josué, decía: “He ganado, estás muerto, no puedes dirigirlo todo”.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes