Estaba bailando junto a él. Los dos reíamos a carcajadas. Al final, el verano tenía su recompensa. Después de dos meses de cafés, charlas, cervezas y algún que otro baile, había conseguido que se fijara en mi como mujer. No había pasado nada entre nosotros pero nuestras miradas no decían lo mismo.
Salimos de la discoteca para calmar el calor soporífero del interior, nos sentamos bajo el viejo olmo cuando vi su imagen de nuevo; Juan había vuelto. Un año de mili, cuatro cartas, algunas llamadas de teléfono donde yo escuchaba sus historias sobre las guardias, los arrestos y alguna conversación obscena reservada solo para hombres.
Venía cara a mí, con una sonrisa en los labios, decidido a confesarme algo. Liberado del yugo de la odiosa disciplina que jamás le gustó. Sus ojos brillaban mientras a mí se me aceleraba el pulso. No había podido olvidarle aunque lo había intentado. ¡Bien sabe Dios que lo intenté! Cuando estaba a solo a un par de metros, me levanté del murete de piedra donde estaba apoyada dispuesta a abrazarlo cuando Jose, me cogió del brazo, me volvió hacia él y me besó.
Me quedé inmóvil, atontada, acobardada, estupefacta. Me solté, sin saber realmente si quería hacerlo. Me volví buscando con la mirada a Juan. Su silueta se había perdió entre la multitud que se agolpaba en la calle. Salí corriendo en su búsqueda cuando vi su coche saliendo del parking a toda velocidad, demasiada velocidad.
Había llegado tarde, y yo… nunca he dejado de quererlo. En silencio, mientras duermo, en mis sueños siempre está él. Pero ahora es tarde, nunca podré decirle que era el amor de mi vida.
Un saludo.
El amor, como la vida, es un reto constante con el que hay que saber lidiar.
Buena narración.
Saludos Insurgentes