«Desde mi ático»

Como cada mañana, Goyo se dispone a ojear el Diario de Alicante (una rutina que lleva haciendo muchos años), con una sorpresa mayúscula, tan impactante es la noticia, que no acierta a dar el primer sorbo a su café cargado.
La portada del diario es demoledora: Hoy se cumplen veinte años de la desaparición de la adolescente de quince años, Susana Querol...).
—¡Manoli! —¡Que te pasa, Goyo! ¿A qué vienen esos gritos?
—¿Sabes que día es hoy? —Como para no saberlo.
Hoy se cumplen veinte años de la desaparición de nuestra hija querida.
— Pues aquí tienes la portada del periódico...por si se nos había olvidado.
—Cariño, no empieces, es su trabajo y es normal que recuerden el caso de Susanita, han pasado dos décadas y parece que fue ayer.
Aquella noche de San Juan maldita, nunca más volvió de la Playa del Postiguet... tengo la sensación que sigue entre nosotros, por las noches cuando estoy durmiendo, siento sus caricias en mi rostro, imagino que sea un sueño, pero a veces pienso que es real.

El día está caluroso en la capital alicantina y Goyo ya piensa en su visita anual a la tumba de su hija.

—En fin, prepárate y vamos al cementerio, la niña nos espera como cada aniversario de su desaparición.

Goyo y Manoli son un matrimonio jubilado, que ejercieron más de cuarenta años de conserjes en una portería de un edificio de lujo en el Paseo de la Explanada, cercano al Postiguet.
Actualmente el edificio está abandonado y en ruina, debido a que los materiales empleados en su construcción estaban defectuosos.
Los propietarios adinerados de las viviendas no tuvieron problemas para salir del edificio, todos, menos Argimira que sigue habitando el cuarto izquierda, ya han pasado varios meses desde su declaración en ruina del edificio, pero la anciana se resiste a abandonar su casa.
A su vez, los conserjes dejaron su portería y hoy viven en una casa en una urbanización a las afueras de la capital alicantina.

La muerte de Susana siempre estuvo vinculada a alguien cercano a su entorno, pero la policía nunca lo pudo demostrar y el crimen quedó impune.
El cadáver apareció en un descampado de la periferia de Alicante, una semana después de su desaparición, semienterrado, se supo que era el de Susana; pero fue imposible encontrar ninguna prueba fehaciente del autor del macabro hecho.
La autopsia dictaminó que fue violada con ensañamiento y posteriormente violentamente golpeada con un objeto contundente en la cabeza, además de múltiples contusiones y roturas de huesos.
El único consuelo que tuvo su familia, es que su cadáver apareció rápido y pudieron enterrarlo.

Volvamos al edificio abandonado de la Explanada; donde diariamente, a partir de media noche, pasan cosas muy raras, destellos de luz blanca en la ventana del ático, ruidos, gritos lejanos, siluetas sospechosas que corretean por los pasillos. Argimira es el único ser humano que sigue habitando el edificio, pero no es el único ser, en el ático habita Susana, que sigue dando guerra, buscando venganza, porque solo ella sabe quien fue su asesino.

Queridos lectores, lo podemos desvelar, fue Ramón, del séptimo B (jubilado actualmente), que veinte años atrás, ejercía de Concejal de Deportes en el Ayuntamiento de Alicante.

Su vida no está siendo nada fácil, de eso se está encargando nuestra adolescente.

Ramón vive ( mejor dicho, malvive), actualmente con su esposa en un edificio pegado al declarado en ruinas y Susana lo tiene vigilado las veinticuatro horas del día, desde su ático.

Cada noche y después de visitar a Argimira ( que es la única que puede ver su cuerpo), viaja a casa del concejal.

¿Queréis saber que le ocurre al violador todas las noches?

Susana es la voz de su conciencia los últimos veinte años, noche tras noche, le recuerda cuando está dormido que la parca está llamando a su puerta y que si no confiesa su crimen, no cesará su sufrimiento.

Ya son cinco infartos, estados de ansiedad constantes y locura transitoria, con varios ingresos en la planta de psiquiatría del Hospital Universitario Dr. Balmis de Alicante.

—¡Confiesa cabrón, confiesa! ¿Qué le hiciste a Susana, la hija de los conserjes? ¡Cerdo mal nacido!

Es de día, el edificio amanece solitario, sin vida, con el crujir de sus vigas, apuntalado.

—¡Manoli, corre ven, el asesino de tu hija ha confesado! Lo dice claramente la portada del periódico.

El Concejal de Deportes jubilado, Ramón Expósito, confiesa ser el autor del crimen de  la adolescente Susana Querol.
— Jamás hubiera imaginado que fuera Ramón, buen vecino (con dos hijas de la quinta de Susana), que mal nacido, cerdo, asesino depravado.

—¡Goyo, llaman a la puerta!

—Ya voy cariño.

—Buenos días inspector Martínez,

—Me van a disculpar, pero los medios se han adelantado, siento mucho no haber sido yo el que les diera la noticia.

—¿Qué le va a pasar a ese cerdo, inspector?

—Si se refiere a si irá a prisión, la respuesta es no, debido a que el crimen ha prescrito.

—Comprendo su impotencia, pero la justicia es la que dicta su sentencia.
Aunque he de decir, que ese asesino, ya tiene su condena, está moribundo y no creo que aguante mucho.

Otra noche más, luz destellante en el ático, pero hoy no hay gritos, no hay sollozos; hay palmas de alegría, incluso suena algún petardo; está claro que Susana ha conseguido parte de su objetivo, pero queda la otra parte.
Dos noches más tarde, viaja al dormitorio del asesino y le susurra al oído, que ha llegado su hora.
Efectivamente, la parca arrastra al concejal de este mundo con un ataque al corazón fulminante.

¡Cerdo impresentable, soy Susana y arderás en el infierno!

La chica viaja la última noche desde su ático y sigilosamente se despide de sus progenitores, es una despedida.

La luz destellante se apaga definitivamente y Susana parte en un viaje sin retorno, donde encontrará su eterno descanso.

El edificio es derruido y Argimira internada en una residencia.

Hasta el final, siempre, desde mi ático.