«Desempolvar»

Había olvidado la sensación, y ya no pienso arrojarla al trastero de donde acabo de desempolvarla. Porque ahí solo se guardan las cosas que ya no usas. Como la bici con la cadena rota o las sillas de playa que sacas una vez al año, cuando empieza el verano. Quizá cuando cerré con llave aquel último fracaso amoroso, también la encarcelé a ella sin que tuviera la culpa. Me confundí, porque ella no yace sobre el primero, porque el orgasmo es libre y no conoce de ataduras.

Muy libre. Y tan libre que es...

Cierro los ojos. Imaginación en todo su esplendor, como hacía mucho que no sucedía. Relajo el cuerpo, logro destensarme sin obsesiones, sin miedos, sin la presión de hacerle sentir más, sin la obligación de satisfacer hundiéndome los hombros. Estoy yo sola. Sola. Son mis manos las que juegan. Son mis piernas las que tiemblan. Es mi corazón el que comienza a latir a un ritmo desbocado, el que me agita, el que ahoga cada aliento más suplicante que el anterior. No conozco un camino de vuelta, solo sé correr hacia adelante, y con más fuerza. Correr. Correr. Correr. Rozar la meta con la yema de mis dedos. Dejarle paso a toda su libertad, por muy inmensa que sea. Tiemblo. Se apodera de mi voz, de mi cuerpo entero, de mí misma. Y siento una sacudida tan bestial que me parece injusto que dure tan poco... Dejo caer mi cuerpo, me recupero pero quiero más. Mucho más.

Sea verano o invierno, primavera u otoño, haya viento o sople una brisa agradable, esté soltera o con el que creo que será el amor de mi vida, solo abriré la puerta del dichoso trastero una vez al año. En busca de las sillas de playa. Cualquier sitio es bueno.