Aquellas mujeres tenían las horas contadas, ellas lo sabían perfectamente y de quienes alguna vez fueron sus vecinos o a quienes habían ayudado alguna vez, gritando “¡Al fuego con las brujas!”, no, era algo dentro de ellas, algo que se formaba en sus gargantas y empezaba a asfixiarlas sin necesidad de aplicar fuerza ninguna.
[…]
Escuchaban los gritos detrás de ellas con ansías de capturarlas de nuevo y lo más seguro es que las quemaran directamente, sin importar que cargos tuvieran encima, aunque eso era lo único que les importaba, el morbo era lo que movía a los seres humanos desde tiempos antiguos y eso lo habían aprendido por las malas.
La única salida que tenían ellas era llegar al puerto y coger el barco que las llevaría a la libertad, pero primero tendrían que perder de vista a sus perseguidores.
Aún quedaba camino por delante, cuando de repente se vieron rodeados por los hombres y mujeres del pueblo, portando antorchas como si aquello les llevara la vida, mientras el viento se arremolinaba a su alrededor, levantando tierra y hojas, como algo invisible quisiera ser testigo de lo que allí ocurriría.
Las mujeres en cambio, asustadas ya no sabían que hacer, por lo que observaban con temor a los que allí se agolpaban, cuando de pronto una ráfaga de viento trajo consigo el sonido ensordecedor de algo que volaba a través de ellas quitando de en medio a aquellos que tapaban la salida hacía el barco.
¡Maldita seáis brujas!
Consiguieron escuchar mientras empezaban a correr de nuevo hasta la libertad.