Mientras los rayos de luz surcaban los cristales de la ventana, Federico empapaba con agua hirviendo el sobrecito de menta y poleo, tiñendo así su infusión de un verde mentolado. Con su taza en la mano, se asomó por la ventana, por donde todos los días divisaba en la lejanía la aldea donde nació. Galandilla. Actualmente era un pequeño pueblo abandonado lleno de ruinas y malos recuerdos. Allí murió su padre, y muchos aldeanos más, fusilados frente al muro del cementerio. Ocurrió en 1936, cuando Federico apenas contaba con 5 años de edad. Siempre se preguntó quién habría sido el que los delató.
Como todos los lunes, se encaminó hacia la residencia sacerdotal, donde el padre Cecilio residía desde su jubilación. El sacerdote se había convertido en una de las personas más importantes para Federico.
—Buenos días padre ¿Cómo le ha ido esta semana?—preguntó Federico mientras se sentaba a su lado.
—Buenos días hijo. La única novedad es que tenemos nueva cocinera—.
—¿Qué pasó con la anterior?—.
—Se intoxicó con la salsa de pescado—.
—¿En serio? ¿Y nadie más enfermó?—.
—No. Nadie más la probó—contestó con indiferencia—dime, ¿Cómo está tu hijo?—.—Adrián está bien. Muy entusiasmado con el trabajo de historia. Hoy visita Galandilla con un grupo de compañeros de la universidad—.
A Cecilio le sorprendió su respuesta y se reincorporó en su sillón para mirar atentamente a Federico.
—En esa aldea solo encontrarán ruinas y restos de trances amargos—expresaba el sacerdote emérito con expresión de desagrado.
—También existieron momentos de alegría, a pesar de todo. ¿Sabes? Desde mi ventana puedo ver el campanario de la iglesia. ¿Recuerdas el día que descubrí el resonar de la campana?—.
—¿Cómo olvidarlo?—contestó Cecilio sonriente.
Cuando Federico volvió a casa, Adrián le esperaba sentado en la cocina y con un antiguo libro entre sus manos. Muy concentrado y con un vestigio de espanto en su rostro, leía aquella historia que aparentaba ser turbadora.
—¿Qué estás leyendo hijo?.
—¡Papá! Los chicos y yo hemos encontrado este diario entre la maleza, cerca de la iglesia. Se trata del diario de Cecilio. Creo que… deberías leerlo—dijo con un atisbo de zozobra en sus ojos.
3 de septiembre de 1936
Desde que comenzó la guerra, muchos vecinos me visitan para confesarse. Todos los días presto atención a sus relatos, esperando a que regrese el comandante y así poder explicarle los secretos de confesión como me ha solicitado. Hoy ha sido fácil, no me ha visitado ningún comunista.
5 de septiembre de 1936
Hoy me ha visitado Germán, el padre de Federico. Ese comunista me ha pedido que cuide de su hijo en caso de que le suceda algo. Me ha confesado que esta noche la pasará en la cueva de la sierra porque sabía que andaban buscándolo. Qué ingenuo. Será fácil enderezar al pequeño Federico. Ya he hablado con el comandante, se dirigen hacia las montañas para cazar a ese rojo infeliz.
Federico dejó caer el diario atónito sin pronunciar una sola palabra.
Admito que he buscado si existía Galandilla :)
Desgraciadamente estos chivatazos fueron el pan nuestro de cada día en aquella época hostil de la España olvidada.🥲
Saludos Insurgentes