Parecía luminoso.
Cuando sonreía, sus ojos claros irradiaban fuegos artificiales; brotaban chispas de todos los colores del arcoiris.
Era la luz en su estado más puro. Su presencia recordaba a los rayos del sol reflejándose en las tornasoladas alas de los colibríes. Era recostarse bajo la sombra de un árbol y observar el cielo azulino entre sus hojas; las caprichosas formas de las espumosas nubes y respirar el perfumado aire de la tarde. Era la luminiscencia de las estrellas en las noches de luna nueva. La claridad del alba.
Tenía también otro rostro.
El rostro de la noche oscura y tormentosa. El rostro del sombrío mar de enero. Todos sus colores se esfumaban en esos momentos. La ausencia total. La desesperación y la agonía se podían saborear en su respiración. Como si un gran abismo se tragara toda su alegría y sus ganas de vivir. Como si un invierno frío y crudo se adueñara de su alma. Una nada absoluta, la vacuidad, el negro.
Cómo podían convivir dos seres tan opuestos en un solo recipiente es algo que aún no tiene respuesta para mí.
En el mismo día se podía ver cómo iba recorriendo todo el espectro de colores de la luz hasta llegar a apagarla completamente.
Era fascinante observarlo.
Los períodos se iban alternando como las estaciones del año.
Luego fueron haciéndose más cortos, más abruptos los cambios. Hasta que, finalmente, quedó opaco. Ya no volvieron a asomar los colores. Ni siquiera gris. Quedó permanentemente sin color. Sólo un chico sin color.
Ya no supe más nada de él.
El giro final es para más...espero que el chico vuelva a los colores.
Muy bueno!
Saludos Insurgentes