«Dos estaciones»

Camina resuelta hacia el lugar de la cita. La jovialidad con que se mueve insufla vida a una túnica que esconde un cuerpo tatuado; sobre la piel, el dibujo de centenares de flores recuerda su esencia. Un abundante melena color esmeralda configura el resto del cuerpo que la Madre Naturaleza le ha proporcionado durante unos días; el tiempo necesario para que ella decida.
En breve se encontrará otra vez en medio de ellos dos. Lleva toda su existencia flanqueada por ambos y, tal vez por aquello de que el roce encariña, no se imagina una vida con su ausencia. Ella, que se pensaba guiada por la dinámica de los ciclos, ahora se encuentra con este dilema. De manera inesperada, sus dos amores exigen supremacía, y ella debe escoger.

El tiempo apremia y el planeta se resiente. Desde que los tres encarnaron han desaparecido las estaciones; tan solo hay días grises, tibios y cubiertos de hojarasca.

Cuando llega a la cafetería se encuentra un par de ceños fruncidos. Primavera se sienta entre medias ahogando la sangre que siempre le bulle enérgica. A un lado, el candidato de cuerpo pálido, frío y encogido. Al otro, el contrincante cálido, tez morena y torso henchido. De súbito, ella agarra las manos de ambos y, al instante, lo genuino de cada uno pasa al otro. Ninguno soporta la sensación y se apartan asustados. La obsesión que sienten hacia ella asoma por los ojos; la obsesión que les lleva a no querer compartirla.

Primavera entiende, por fin, que no hay solución posible: el verano y el invierno, llegado su turno, se mostrarán cada vez más crueles e insoportables climatológicamente.

—Lo he visto claro. Habéis antepuesto vuestros intereses, contraviniendo el mandato de la Madre y habéis perdido su confianza. Así que me quedo con mi opuesto, otoño.