Llevaba diez minutos corriendo a toda velocidad, casi sin aliento y esquivando al resto de transeúntes, por un maldito momento ¿Por cuánto tiempo podría verla? ¿por unos pocos segundos? Pero ahí estaba yo, sintiéndome como el protagonista de alguno de aquellos estúpidos libros que deseaba vivir de pequeña. Aunque claro, mi intención no era vivir esta perspectiva.
Conseguí al fin leer a lo lejos el cartel de la estación y mi corazón se aceleró un poquito más, haciendo que mis piernas se movieran más rápido, a pesar del agotamiento, de que mis botas poco adecuadas para correr empezaban a dañar mis pies, porque todo se vio recompensado cuando a lo lejos, apunto de subir al tren, vi aquella espesa cabellera rizada que tan bien conocía y aún sin aire en mis pulmones, grité su nombre con todas mis fuerzas, captando su atención.
Ella parpadeó en mi dirección, genuinamente sorprendida de verme allí y comprobó rápidamente los números rojos que indicaban que el tren cerraría sus puertas en dos minutos. Me detuve frente a ella mientras las palabras se agalopaban en mi garganta, desesperadas por abrirse paso. Y las dejé salir.
- Yo… yo sé que dije que no estaba preparada para esto, para aceptar que podía enamorarme de ti, que no sería capaz de romper todo ese estúpido ideal de príncipes y princesas, del sacrificio, de viajar tres horas en tren para estar juntas solo unas horas, pero me equivocaba porque yo…
- Porque has venido aquí corriendo, desde tu casa. Por un simple momento.
Levanté la mirada para encontrarme con aquella sonrisa que tantas alegrías me había traído e imité su gesto, mientras negaba con la cabeza.
- No, por un momento no. Por este momento.
Saludos Insurgentes