«Echeide y el "Hombre-Pájaro"»

Llegué al mundo envuelto en la más densa oscuridad, en una gélida cueva. Fui alumbrado, abrazado por el llanto, recibido por la noche, y supongo que me despediré de esta vida siendo canción en el viento, recorriendo la montaña que me vio nacer.
Mis antepasados aseguraban, con sus historias y leyendas, que ningún ser vivo permanecería eternamente inmutable en forma.
De niño no tomaba en serio a mis mayores y su sabiduría ancestral, pero con el tiempo, lo que tiene que ser, es. La curiosidad fue lo que me alentó a escalar hasta la cumbre de la "Gran Montaña Humeante"; donde hombres y acérrimos guerreros fracasaron, un niño consiguió su gesta.
Regresé a casa con una inusual flor en el bolsillo como trofeo. Ésta, sólo crecía cerca del ojo de la montaña y florecía cuando bailaban el sol y la luna como cercanos amantes.
Nuestro chamán reconoció mi hazaña y me instruyó, pues yo recogería su legado durante las generaciones venideras.
Mi maestro me confesó al tomarme como aprendiz: "toda persona que alguna vez hubo ascendido tan alto, después, al descender por la ladera, pierde el recuerdo de cómo ha escalado hasta allí arriba; la única sensación que retienen sus huesos es la de sentirse tan livianos como el propio aire que no vemos".
Vemos lo que nuestros ojos quieren ver y creemos en lo que nuestro corazón quiere creer.
Mis ojos han visto engendrarse nueve generaciones, y sigo aquí, morando las tierras que habitó mi maestro antes de partir, y su maestro antes que él, y todas las generaciones que nos precedieron.
Los cielos ansían acunar a la próxima alma pura, al siguiente aprendiz, a quien me encargaré de instruir.
Aún es pronto para irme, para dejar estas laderas, génesis de todo, madre nuestra, siendo canción en el viento; aguardo impaciente el nacimiento del siguiente "Hombre-Pájaro".