Construyeron el orfanato en la cima de una montaña. A sus pies quedaban las ruinas de un templo griego: dos columnas y los frisos de la fachada norte, bajo los dormitorios de las niñas. Effie abría su ventana y recorría descalza la repisa del edificio hasta el frontón del antiguo templo. Sentada junto a las esculturas grabadas, miraba las estrellas y hablaba con los dioses. Sus compañeras se reían de sus ojeras y de su aire soñador. A Effie no le molestaba, aunque le hubiera gustado tener una amiga.
Una noche encontró a una mujer. Llevaba el pelo color de trigo recogido y un vestido de gasa verde.
—¿Quién eres?
—Alguien como tú. También estoy sola.
Desde entonces ni un día lluvioso ni una noche helada, impedía que Effie visitara a aquella mujer que le hablaba de lugares lejanos y le contaba historias de otros tiempos. Sus profesores fruncían el ceño ante las extrañas anécdotas que contaba la niña; así nadie la adoptaría nunca.
—Hace mucho tiempo tuve una hija como tú, soñadora y alegre —le contó la mujer la última noche de invierno—. Pero creció y se alejó de mí. Vive en mundos donde no puedo entrar y la veo muy poco. Estoy sola; tú también. Juntas ya no lo estaríamos nunca más. ¿Quieres venir conmigo?
Effie tomó sin dudar la mano que Deméter le tendía. Pisó nubes, cielo… En las ventanas del orfanato centenares de rostros la miraban asombrados. Y Effie se fue feliz a vivir en mundos que los mortales solo podemos imaginar.
Aquel día llovió, nevó, floreció, cayeron las hojas de los árboles y salió el arco iris. Desde entonces el tiempo está un poco loco; en verano parece invierno y en invierno primavera. Pero Effie encontró su sitio y nunca más volvió a sentirse sola.
Con una dosis ficticia que hace que la realidad pase a segundo plano.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.