-Su muro de piedra es gris colosal y mi agonía, negra desesperación. Mi amado, entre esos muros aislantes, se marchita encerrado. Desde aquí se oye cómo escasea su comida y su agua se pudre. Amor mío, no cedas en tu ánimo, nos veremos mañana. ¡Aguanta, ya voy!
-Incluso desde la distancia eres hermosa. Tanto anhelo tu pelo, tu sonrisa, tu figura, tu voz. ¡Aquí estoy! ¡Aún vivo! ¿¡Me oyes!? ¿¡Puedes oírme!?
-¿¡Eres tú!? ¡Sí, tras la empalizada te oigo! ¡Mañana nos veremos, pues no hay hombre ni bronce que me aparte de tus caricias!
La noche pasó lenta, desafiante y entre murmullos, con las estrellas temblorosas, pues saben que el ariete es demoledor y la catapulta, potente como la tormenta. Ninguna montaña puede frenar su cólera.
-Amanece y ya resuenan las voces. ¿Qué ha sido ese ruido? ¿¡La puerta ha cedido!? ¡Aguardaré en la pasional cueva!
-¡Espérame, cariño! ¡Espada en mano me arrojo contra tus hermanos! ¡Por ti! ¡Por nosotros!
La terrible refriega acaba, las defensas cedieron, calles muertas y destruidas y, por fin, en la cueva del amor, un hombre paciente mira a la pared. Un cosquilleo la atrapa, la inunda y, entonces, lo ve. Está apoyado en su hado, el fin ha llegado, sola se ha quedado y su asesino, fugado.
Funestas guerras, amores amargos.
Enhorabuena por la historia.
Enhorabuena
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.