Cerca de la medianoche, alejado del nido y cansado, paré en un poste un instante. Un ulular cercano me puso alertar con terror y pude distinguir la majestuosa figura de un búho real. Raudo emprendió el vuelo en mi dirección y eche yo también a volar.
Encontré una casa que me era desconocida, mas en una de las ventanas vi luz.
Era una noche extremadamente fría, pero a través de la ventana se desprendía algo de calor por lo que me acerqué a ella, golpeándola.
Pude vislumbrar a través del hueco que dejaban las rojas cortinas un pequeño hombrecillo, con una cabeza ahuevada que parecía pertenecer a un cuerpo mas alto del que la portaba y un negro bigote sobre el labio.
Tras un momento de dudas, lo vi dirigirse a la puerta de la estancia y comentando algo en voz alta, la abrió. Nadie estaba al otro lado de la misma, solo la oscuridad, pero el hombre se quedó en pié, mirando hacia fuera como si pudiera ver o adivinar algo en ella.
En un par de ocasiones, pareció gritarle a la oscuridad un nombre, y tras desistir de que alguien llegara, cerró y volvió a su mesa.
Llegó de nuevo a mis oídos el ulular del búho, por lo que me resguardé contra la reja de la ventana. El hombrecillo se acercó al ruido y abrió la ventana. Movido por el miedo y reclamado por el calor que la estancia me ofrecía, sin pensármelo dos veces, entré en la misma.
Era una habitación pequeña, revoloteé brevemente y vi sobre la puerta una pequeña estatua de una mujer con un casco hacia la que me dirigí y me posé en su hombro. Sobresaltado, se dirigió a mí.
Como respuesta solté un graznido a modo de explicación: “búho real”. El hombrecillo calló, mas al poco lo sentí murmurar para sus adentros, casi imperceptiblemente y solo atendí a repetir: “búho real”.
El hombre se quedó mirándome mudo, repetí mi graznido buscando amparo.
Acercó un sillón de terciopelo morado frente a la puerta y desde él comenzó a observarme. Se removía pausado, entrecerraba los ojos, murmuraba, se volvía a reclinar... De repente, como guiado por alguna fuerza a mis ojos invisible, se levantó de un salto y empezó a increparme. Asustado, volví a replicar: “búho real”.
Tras esto, pareció concentrarse en la sombra que mi cuerpo proyectaba a causa de la luz de la lampara, y sobre ella cayo pausado. Parecía maldecir mi sombra hasta que entre sollozos se durmió.
Intriga e incertidumbre a partes iguales.
La oscuridad hecha muerte.
Saludos Insurgentes