El canto del mirlo la despertó del ensueño en el que estuvo horas. Tumbada boca arriba, mirando el baile de las nubes al pasar e imaginándose muy alto volar entre ellas.
Sonreía, con sus pies descalzos y su vestido de terciopelo y seda arrugado bajo su espalda, rodeada de las flores silvestres más bonitas que el comienzo de la reciente primavera había dibujado en la tierra. Los colores, intensos, como recién pintados al óleo en un gran lienzo, llenos de la realidad que la desventuraba.
La brisa de la mañana le recordaba que el invierno no acababa de irse y que ya lo echaba de menos, pero el manto blanco del que éste se vestía, no dejaba ver la belleza que la naturaleza esconde en su interior. Mientras soñaba despierta, veía el vuelo de los pequeños pájaros sobre ella, el juego que tenían para cortejarse y coquetear al son de su bullanguero canto.
Los rayos del sol calentaban su piel como los pequeños suspiros de amor que Tristán le regalaba, y eso la hizo entristecer. Ella sabía que no volvería a ver a su amado si se casaba con el príncipe Marco, un matrimonio por conveniencia del que ella sería esclava para siempre por no corresponder su amor.
Notó algo en la palma de su mano; no recordaba que llegó hasta allí con la idea de buscar una salida: su deseo de desaparecer. Cuando extendió su mano, vio las pequeñas bayas rojas, tan insignificante era su forma como consecuente era su ingesta.
Se sentía libre, oyendo el palpitar de su corazón sobre la madre tierra, ésta que le regalaba sus últimos momentos para admirar las nubes y pensar, que de un momento a otro, pasaría a ser parte de ese precioso lienzo de colores infinitos en la próxima primavera.
Mientras se lee, te transporta al momento.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes
Saludos
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