Lo tiene decidido.
En vísperas de San Valentín, accede a un atestado segundo vagón, a las 19:51. Ella estará leyendo un libro enorme, ajena a los binomios de móvil con persona de alrededor. Él se pondrá a su lado para contemplar su reflejo en el cristal, evitando rozarla. Todo según tácito pacto en su no-relación.
Ella ve venir al guaperas de los martes; el que se sienta a su lado con un perfume tan suave. Aunque intuye cómo se las gastan esos tíos, al menos este no importuna, piensa. Hoy anda apurada: nadie la recogerá en la estación y tendrá una hora andando hasta casa, con la rodilla maltrecha.
De repente, algo raro pasa.El guaperas se ha levantado demasiado pronto. ¿Qué hace? ¡Se está arrodillando frente a mí! La cara me cuece. ¡Que nadie despegue los ojos del móvil, por favor! ¡Está sacando una rosa! No, no, no. Me sudan los sobacos.
—Te llevo viendo nueve meses aquí y desde hace tiempo quiero decirte algo.
—…
—Me quedan pocas paradas de ridículo, así que iré al grano...
¿Y si le estampo el libro en la cara? Nadie se dará cuenta.
—En breve anochecerá. Suena a locura, pero te propongo que vayamos en coche a la playa para ver la puesta de sol.
Este tío está loco. ¿Me querrá descuartizar después de manosearme? No tiene pinta, aunque no hay que fiarse. Bien mirado, si sobrevivo quizás me lleve a casa.
—Podemos ir sin necesidad de decirnos nada. He traído unos bombones.
¡Chocolate! ¿Cómo sabrá que es mi perdición? ¿Qué hago? Además, casi he olvidado el tacto de la arena.
—Es esta parada, ¿te vienes? Mi Fiat Cupido nos espera…
—Vale, sí.
Va a ser lo más atrevido que haga desde que salí del útero.
Que mi ángel me proteja.
Me ha gustado mucho, Jose.
El diálogo y la narración perfectos.
Saludos Insurgentes