A los pies de los troncos se podían ver los primeros tallos primaverales de florecillas de colores. Amarillas, blancas, rosáceas. Alimento de las abejas que pululaban sin molestar, afanadas en recolectar. Fragancia para todo aquel que se parara un segundo a respirar el aire más puro que podrían encontrar en la ciudad. El césped era la alfombra que culminaba aquella estampa primaveral que, en poco más de un parpadeo, empezó a desdibujarse.
Una pequeña nube roja asomaba por entre las montañas, siendo el presagio del resto de sus compañeras que, amontonadas, venían a colorear la atmósfera de naranja. Una suave lluvia comenzó a caer lenta y tímida. Las primeras gotas de lo que nunca más cesó. En el siguiente parpadeo, las nubes ya se habían multiplicando tapando el resplandeciente color dorado del sol y dejando un color sepia que resultaba escalofriante. No solo llovía agua. Llovía arena. Y con ella se cubrían las copas de los árboles, las florecillas perdieron su tono vivo para tornar a un color pardusco. Los pájaros se escondieron para evitar marcharse, ya no había abejas y el césped era arena. Barro que cubría todo lo que no estuviera bajo techo.
Tardamos demasiado en descubrir que aquella lluvia fue la primera muestra de que el fin del mundo estaba cada vez más cerca. Nunca más vimos el sol.
Muy bien relatado.
🤦♂️🤦♂️
Bien relatado!
Saludos Insurgentes