Yo te amaba con todo mi corazón, con toda mi alma, mi vida era la tuya, me había entregado a ti como el día se entrega a la noche. Mi alma se había convertido en la sombra que te cobijaba, mis sueños eran tuyos y mi conciencia estaba cegada por la bruma de tu aliento. Tu luz era tan cegadora que no me dejaba ver el abismo, ese precipicio por el que me lanzaba cada noche sin temer a la caída. Cada golpe que me dabas, cada insulto que me proferías me hacía cada vez más débil, incapaz de ver la verdad de ese ser oscuro en el que te habías convertido.
Pero un día, un rayo de luz, tan solo un destello, me hizo despertar y esa fue mi perdición. Ahora estoy aquí, sola y abandona en esta celda, esperando el final. Mi único delito fue decir la verdad, pero mi alma está tranquila. Mañana las llamas consumirán mi cuerpo, por fin seré libre de ti. No habrá fuego peor que seguir a tu lado y será también tu castigo.