«El gran día.»

Salimos del hospital el trece de octubre.
Lo primero que vi fue la cara de la comadrona y a su lado, curiosa, la de la becaria, sé que era becaria porque ella misma lo dijo, como también comentó en voz alta que era el parto más hermoso al que había asistido, mucho mérito no tenía ya que era su segunda vez.
Mi madre, tumbada en la camilla, sudorosa, le espetó que todo era cuestión de perspectiva.
Ella es así y bien pronto lo descubrí, irónica rayando la perfección.

Después de colocar mi silla súper mega segura, protección integral y no sé qué narices más, en ella me sentaron, aunque lo de sentar a un recién nacido tiene miga, es más como tumbarle medio incorporado. Un lío.
Mi hermana y mi abuela se instalaron detrás conmigo, no paraban de mirarme y tocarme las manitas.
Mis padres delante también se acariciaban y miraban con cariño.
Habían completado la familia, era yo el que faltaba, la guinda, el botón, el que cerraba la puerta por dentro.

Cuando llegamos a casa, "hogar" lo llamó papá, sentí que me iba a gustar, muy luminosa y colorida.
Mi cama, que por lo visto se llama cuna, la pusieron al lado de otra cama enorme, pasé más tiempo en esa que en la mía.
¡Qué placer oler y sentir a mi madre!
Agarrarme a su pecho y quedarme dormido al son de su corazón.
Por lo demás, me he adaptado al ritmo del lugar, a mi hermana, que es bastante pesada y a veces me enfada, pero si no la veo me pongo triste, a mi abuela, que es puro amor, a mis padres y a sus enfados en bajito para que no oigamos, lo bueno es que luego también se reconcilian en bajito.