De hechuras es una gota cualquiera, igual a sus semejantes. Una gota que en su transcurso tiene forma predefinida, la forma que replicaron otras gotas antes que ella; una esfera majestuosa y cristalina que, sin llegar a desprenderse, se alarga y deforma hasta que vence la gravedad y cede.
Ella aún no lo sabe: es la gota que colma el cubo; es la gota del hito, la que configura un antes y un después. Ella no pertenece a ninguno de los dos mundos, las dos realidades entre las que surgió su existencia. Entre medias está la tribulación del cubo que sufre la tortura de un llenado lento y cadencioso, martilleante e implacable.
La gota que desborda es la gota transgresora que finiquita la balsa creciente. Es la derrota de lo armónico, el final del ciclo, el cambio inevitable.
Es la gota que derrama paciencias, la de los gritos incontenidos, la de las lágrimas perdidas; es el rostro que el iracundo no reconoce, la palabra dicha a destiempo, la agonía de quién no acepta su destino.
El drama del continente encierra la tragedia del contenido: el esplendor de la subversiva gota predice la ruptura de la masa de agua que, en su ignorancia, comienza a desmembrarse.
El precipicio, que ahora es el borde del recipiente, pone el Todo en entredicho y siembra de dudas su sentido. Cuando por fin se inicia el vertido del sobrante y la tierra absorbe los retazos de agua, como dándoles sepultura, el líquido se embrutece al ritmo del olvido que una vez fue cubo.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes