La satisfacción en sus gélidas faces era evidente. Aunque apenas podían mover ni tan siquiera un músculo de la cara, haber coronado el Annapurna desde su vertiente más letal dejaba entrever un aura que mezclaba felicidad y el orgullo de un sueño cumplido. Lo más complicado ya estaba hecho y tocaba emprender un descenso algo menos azaroso. Eso era lo que creían.
La cara sur del pico que más lágrimas por pérdidas había provocado era un recorrido lleno de glaciares, seracs, abismos desafiantes y cadáveres. Valientes que fenecían semi sepultados bajo mantos de nieve y temperaturas infrahumanas. Momias que, persiguiendo la gloria, habían muerto por congelación o despeñamiento y yacían para siempre al amparo del cielo nepalí.
Además de descansar eternamente, sus cuerpos servían como hitos humanos y ayudaban a otros alpinistas a guiarse en caminos obviamente poco transitados.
-Diría que por aquí ya hemos pasado - Dijo Chris, señalando un cadáver calzado con unas llamativas botas rojas.
Sus compañeros asintieron y, aunque de manera tímida, empezaba a asomar una sensación de inseguridad colectiva. Sabían que ya habían bordeado aquel desdichado hindú de calzado vistoso. Lo que les confundía era que no se habían topado nuevamente con ninguno de los demás fiambres sobrepasados.
Conocedores de su desorientación, prosiguieron el descenso. Ni siquiera sabían si no cruzarse con ningún muerto durante horas era una buena señal o era un indicativo de que cada vez estaban más lejos de su objetivo.
Cansados, famélicos y con las extremidades al borde de la congelación decidieron descansar en una cueva unas pocas horas. El tiempo suficiente para, además, aligerar el clima de tensión. Al despertar, quizás vieran la situación con más claridad. Al despertar, Chris vio como el hito viviente de botas rojas seccionaba con sus afilados dientes la yugular de su último amigo.
Buen relato. Enhorabuena.