«EL MAR DEL CENTRO HISTÓRICO DE MADRID»

El timbre suena con insistencia. Violeta teme una desgracia, o la presencia de un comercial de las agencias inmobiliarias que abundan en el barrio. Frente a la puerta encuentra a su novio con un nerviosismo ilusionado parecido al que se nos debe meter dentro si acertamos el premio gordo de la lotería. No quiere entrar, en el rellano dice que coja su bolso y le acompañe a la Plaza de Oriente. La chica se asusta. Aturdida por las prisas está a punto de olvidar las llaves. Por el camino le cuenta que el Ayuntamiento ha instalado una piscina natural delante del Palacio Real. A medianoche la altura del agua le llegaba a la cintura, hace dos horas alcanzaba sus hombros. Violeta cree que se burla de ella o que el chico anda bajo los efectos de alguna extraña sustancia. Tiene que detenerse para tomar aire por el paso apresurado que llevan y la angustia ante lo desconocido. Víctor la mira a los ojos y asegura que no se inventa nada. Desde Príncipe Pío ven suspendido el tráfico en la Plaza de España. La Cuesta de San Vicente está llena de gente con barcas, nadando o buceando. Acceder andando al Palacio Real resulta imposible. Un profeta grita que Madrid quedará sumergido en unos días. El desgarrado llanto de la joven sorprende a Víctor, choca con la felicidad que siente. Violeta le recuerda que lleva años hablándole de los peligros del cambio climático que él tacha de invención de los gobiernos para desviar parte de los impuestos. El chico no rebate sus argumentos al ver flotar los cuadros, tapices, relojes y jarrones del Palacio sin que nadie consiga impedirlo. Las devastadoras consecuencias de la subida del nivel del mar destruirán demasiadas cosas únicas e irreemplazables del mundo que conocemos en la actualidad.