Y ahí estaban: perdidos.
Ninguno de los cinco sabía dónde habían acabado.
Aquella mañana, ninguno pensó que acabaría así.
Llevaban varias horas dando vueltas por la misma zona.
El que en teoría debía saber el camino, quiso coger un atajo y se perdieron en la inmensidad de la montaña.
Estaba empezando a anochecer y debían montar un pequeño refugio para pasar la noche. No llevaban equipo para pernoctar, así que dormirían a la intemperie. Ninguno de los cinco sabían nada sobre senderismo o cualquier tema relacionado con deportes de montaña, sencillamente habían decidido pasar un día en la naturaleza como el que decide ir a la playa.
¿Pero dónde?
El frondoso bosque de coníferas, dificultaba la visión más allá de varios metros. El Pirineo catalán, era conocido por su extensa variedad y sus innumerables pinedas.
Encontraron una cueva bastante profunda y decidieron dormir allí.
Encendieron un cálido fuego que habían construido entre un circulo de piedras y hojarasca seca. Cenaron lo poco que llevaban; algún bocadillo, patatas fritas, y dulces.
Se durmieron.
En mitad de la noche, se oyó un rugido que provenía de la entrada y los cinco se despertaron en el acto.
Una gran bestia se acercaba hacia ellos. La silueta proyectada por el escaso fuego que quedaba, acentuaba la sombra en la pared. Se oían las patas pesadas arrastrarse por la tierra.
El oso no tardó en ponerse en pie, cuando llegó a la altura del campamento improvisado.
El enfurecimiento fue instantáneo. Se abalanzó sobre ellos sin importarle que sus patas esparcieran las brasas iniciando varios fuegos. De los cinco, solo tres murieron a manos del oso, otro quemado por las llamas y la que quedaba herida de muerte, vio salir de la profundidad de la cueva a unos oseznos antes de cerrar los ojos para siempre.
Hay que ser previsor en la montaña y guardar siempre un plan "B" en caso de emergencia.
Buen relato.