«El perro dormilón»

Por fin solo. En cuanto salió por la puerta puse en marcha mi plan. Todos los días la misma historia; que si ves a por la pelotita, que si lanza el huesito de goma, o si no, los manotazos sobre mi cabeza para hacerme de rabiar. Cualquier día recojo mis bártulos y me voy.
Pensé en coger una de las zapatillas nuevas que se acababa de comprar en el mercadillo y, clavarle los colmillos hasta conseguir agujerearlas, así lograría mi objetivo, permanecer castigado y tranquilo unos días en mi camita, de un suave algodón del que me hacía sentir como un cachorro en los brazos de su madre.
Cuando terminé de desquebrajar su zapatilla, escuché la voz de mi vecina, una gata persa blanca de ojos verdes, muy guapa pero, muy pesada. Me subí a la encimera situada bajo la ventana de la cocina para averiguar qué precisaba.

- Hola guapa, ¿necesitas algo? - Le pregunté asomado en una pequeña abertura.
- Buenos días vecino, ¿a qué vas a dedicar hoy tu tiempo libre? Seguro que te pasarás la mañana durmiendo - Me preguntó con una falsa sonrisa.
- ¿Por qué no te dedicas a tus juegos felinos gata cotilla? - Le pregunté antes de saltar al suelo y dejarla con la palabra en la boca.

Al llegar al suelo algo cayó junto a mí, sin darme cuenta golpeé la caja de cereales y se esparcieron por todo el suelo. Decidí comerme gran parte para que cuando llegase mi dueño, no se encontrara la cocina patas arriba. Con tan mala suerte, que en cuestión de diez minutos mis tripas comenzaron a sonar. ¡Oh no! Tenía que bajar urgentemente a la calle, pero no podía, me sentía con las patas atadas. Me dirigí al retrete humano pero, llegué tarde, dejé mi rastro por todo el camino.