Solo tenía que esforzarse un poco más y el Pico de los Deseos sería conquistado por fin. Sería la persona más poderosa del universo.
Pensando en todas las cosas que lograría, se desconcentró y cayó encallando el pie en un traicionero hueco entre pedruscos.
— ¡¡No!! —exclamó mientras su única cantimplora caía colina abajo.
Lloró impotente por la pérdida del agua y por los rasguños en la pierna. El estado de los pantalones era aún peor.
Se recompuso tirando de orgullo. Se quitó el sudor de la frente, el barro de las manos, y rebuscó en los bolsillos por si acaso había perdido algo más. Pero no, el caramelo y su canica de la suerte seguían ahí. Suspiró aliviado, y ese hallazgo le dio la fuerza para acabar de subir el tramo más pedregoso y embarrado que se había encontrado hasta el momento.
De pronto notó un cosquilleo. Bajó la mirada hacia la reciente herida, y vio unas cien hormigas venenosas corriéndole por la pierna. Los sabios del lugar le habían prevenido sobre ellas. El miedo inundó su cuerpo.
Con un sudor frío, y mucho esfuerzo, recorrió los metros que le quedaban hasta el pico. La única manera era llegar antes de que fuera tarde y pedir el deseo de sobrevivir.
Finalmente llegó, y una poderosa voz de mujer resonó en el cielo:
— ¡Marc, lo has conseguido! ¿Qué quieres pedir?
Marc pensó largos minutos la respuesta pese a que se jugaba la vida. Sin embargo ésta fue:
— ¿Podré cenar está noche con un poco de Coca-cola, mamá?
La madre salió desternillada de detrás del montículo de arena que se había formado en el jardín, causado por reformas.
—Claro campeón, te lo has ganado.
Y ambos entraron a casa, ya que alguien debía pasar urgentemente por la bañera.
Gran apuesta por la imaginación.