Ya sabía yo, que aquellas personas no eran reales...
Se intuía en la mirada triste de sus ojos, en ese vacío que parecían reflejar. En su andar lento, vacilante en ocasiones. En los gestos con que se comunicaban entre sí. No era el idioma popular y común de señas, ni tampoco el de los sordomudos, formal. Constaba de dos ó tres movimientos de manos y brazos, más un breve susurro con los labios. Casi inaudible para nosotros. Esto último hecho de tal manera que, a mi entender, reafirmaba lo que estuviesen expresando. ¿Estoy convirtiéndome en un extraño en mi propio mundo…y ellos son, quienes, por esta especie de catástrofe natural, se convirtieron en seres diferentes, aterradores? Mi vecina, la señora Spardien, junto a su esposo, el jefe de la Estación de Servicios, Mick, siguen desaparecidos. Su hija Natalie, también. Salió hace dos días a la casa de su prima Marcia y no ha vuelto. A lo mejor en el Condado lindante de Stephenson, este fenómeno, no esté ocurriendo y las niñas estén sanas y salvas. Pero…¿Por qué no han vuelto? Y si saben lo que ocurre aquí. ¿Por qué no vienen con ayuda? El juez Morning, que vive enfrente y su esposa Tania, deambulan por las calles, presas del mismo mal. Burt, mi otro vecino lindante, el de la piscina pequeña y los dogos gigantes, está escondido. Los perros aúllan permanentemente, desde sus casillas de madera, en el jardín. Detrás de la casa. A él, no lo he visto salir. Oigo desde aquí, algunos ruidos, de puertas que abren y cierran. Incluso ayer, creí escuchar unas carcajadas, No estoy seguro, puede ser mi desesperación. Hace un rato, uno de los perros vagabundos, afuera, hambriento, dejó de revolver la basura y atacó a uno de aquellos extraños, saltó con ferocidad a su garganta, pero su supuesta víctima, lo atrapó en el aire, con una fuerza y habilidad raramente vista, lo arrojó hacia el otro lado de la calle y se quedó mirándolo con firmeza. Como imponiéndole un reto ó una amonestación. El animal cayó rodando, se acomodó, listo para volver a atacar y extrañamente…se detuvo. Devolvió la mirada unos segundos, escondió la cola entre sus patas y con la cabeza baja, se fué, trotando despacio. Hipnosis. Claro. Seguro que fue eso. Los hipnotizaron a todos. Algunos nos escondimos a tiempo, otros, los más débiles y distraídos, quedaron a merced de aquellos fenómenos.
Extraño a Finka, mi esposa y a Tom y a Mary, los niños. Ellos estaban fuera, de compras y en el colegio. Allí quedaron. Puede que deambulen por el lugar, no creo que recuerden dónde viven ó quién soy yo. Son las seis treinta aproximadamente y la luz del día, decae. Como mi esperanza. La noche asoma, lenta, como el miedo que gana mi corazón. Leo por ahí, en unas hojas viejas de periódicos, acerca de unos extraños experimentos con poderosos fármacos, probados primero en animales, en donde se condiciona a ciertos sujetos con impulsos violentos. Buscaban una droga que eliminara del área cerebral, aquellos impulsos asesinos que a veces nos dominan. Parece que alguien dejó escapar a uno de estos sujetos, escondidos en laboratorios secretos, totalmente enajenado.Algunos experimentos fallan,tal vez fué este el caso,no sé. Su condición extrema de violencia a la inversa de lo que esperaban lograr,desarrollada de tal manera, que, incluso, mirándote, dominaban tu mente…y bueno, lo demás, está a la vista. A quienes no podían someter, los asesinaban. Como fuese. A golpes, con armas, con lo que tuviesen a mano. Esto se potenciaba día a día y ganaba adeptos de toda clase social, edad y sexo. Soldados exterminadores. La muerte vive en sus ojos y se proyecta con el poder de sus mentes. Son víctimas y victimarios. Ya no acechan, reinan en las calles. No saben que estoy aquí, por eso puedo espiarlos y verlos recorrer la zona. Cuando se acabe la comida, estaré obligado a moverme. Sigilosamente.
En la oscuridad absoluta de la noche cerrada,el resplandor de mi ventana, en el edificio vacío. Un faro solitario ante el horror. Uno de los dogos de Burt se soltó de la cadena. Araña con sus patas la puerta trasera y gruñe, buscando a su dueño. Recién ahora reparo en algo que me llena de pavor. El silencio afuera. Ni autos, ni voces, ni música, ni ladridos, ni risas, ni llantos. No se oye ni el viento. Nada. Matan en silencio. Esto es lo más aterrador de todo.Si pudiese escapar, quizás tendría que defenderme… y matar.
De una u otra forma, terminaré siendo uno de ellos.
¡Muy bueno!
Saludos Insurgentes