Si pudiese dirigirme una vez más a Susana, le pediría perdón.
Le diría que desde la primera vez que la vi, cuando me confesó que era una bruja, no he hecho otra cosa más que intentar comprenderla. Le pedí que me enseñase, que me llevase con ella a sus reuniones mensuales con el Aquelarre, que yo estaba dispuesta a lo que hiciese falta con tal de saborear el vértigo de la hechicería. Ella siempre reía y me decía que jamás lo entendería, que era esa fascinación que sentía por la magia el principal motivo por el que no podía llevarme con ella.
<<Ponte en mi lugar, Rosa, esto no es un juego. Esto es un pacto>>
Yo intenté entenderla. Intenté comprender sus excusas, ponerme en su piel y pensar cómo habría reaccionado yo en su lugar.
Pero finalmente estallé.
Sé que estuvo mal, que no debí hacerlo, que nada más denunciarla la encerrarían en un calabozo de piedra negra.
Me gustaría decirle todo eso, pero ahora ya es tarde, su cuerpo atado en la hoguera, las llamas trepando por su ropa y besando su piel tersa.
Sus ojos me miran, y juraría que me sonríe con cierta malicia.
Me veo a mí misma entre el gentío, y noto como el calor saliva ante mi carne.
Intento gritar, pero mi boca, que no es mía, no me obedece.
Desde el público, me hago un saludo, y antes de perder la consciencia veo mi cuerpo, que es el suyo, alejándose.
<<Ponte en mi lugar, Rosa>>.