Vuelve a sonar el teléfono y mientras miro en la pantalla cómo parpadea el nombre de mi editora, sigo debatiéndome entre si coger o no esa llamada. Cuando veo que finaliza y se apaga, me alivia pensar que ya es tarde para cogerla.
Voy al escritorio y ahí sigue la página en blanco esperándome. Dentro de dos semanas debo entregar mi nueva novela romántica, es la cuarta parte de una saga, en la que la protagonista volverá romper con su pareja por enésima vez y tras darse cuenta de lo mucho que se aman querrán estar juntos para siempre, o hasta que la editorial pida una nueva continuación.
Es lo que siempre he soñado, escribir mis historias y llegar al público, pero por dentro me siento vacía. No creo en lo que estoy escribiendo.
Cuando empecé esta saga me inspiraba en mí, en mis sentimientos y en mi relación con Álex. Siempre me funcionó hasta que hace cuestión de unos meses él cambió. Los abrazos que me recargaban las pilas, se fueron convirtiendo en situaciones de poder y sumisión. Los besos apasionados en besos en la mejilla. Y las palabras de amor en palabras hirientes que me hacían sentir pequeña.
Vuelvo a mirar la hoja y blanco y tengo claro que no puedo escribir lo que me piden. Tengo que volver a los inicios, tengo que escribir para sanarme y ayudar a sanar. Escribir y llegar al público tiene que tener un sentido.
Y me puse a escribir.
Tres meses más tarde presenté mi novela, en la que conté mi experiencia. Mi caída del cielo a los infiernos en lo que era una relación modelo, conté cómo conseguí salir de ella y sanar, gracias a la escritura, y el saber qué miles de personas me leerían y recibirían mi ayuda.
A través de la escritura... Muy especial.
Saludos Insurgentes