Dos horas le quedaban para volver a casa y le estaban entrando unas ganas enormes de parar en una vía de servicio y retrasar la vuelta hasta el día siguiente. Era pereza, encontrar lo mismo de siempre. Su mujer, con sus continuos reproches le aturullaba, ni siquiera le replicaba para no darle motivos de seguir con la cantinela. —Me paso el día yo sola, peleando con Diego—.
Diego, su único hijo. Le quería, claro, pero que difícil le hacía la tarea de ser padre. Se pasaba el día escondido en su habitación. Más raro que un perro verde, tenía interés nulo por lo que pasaba a su alrededor y si alguien intentaba conectar con él, le miraba como si no entendiera el idioma. A veces pensaba que no había salido muy listo, pero en fin, era su madre la que hablaba con los profesores, le habrían dicho algo.
Y la abuela… tan dispuesta, tan abnegada, pero en lo que respectaba a su yerno, no daba puntada sin hilo —gracias a mi difunto Cándido, esta familia sale adelante—
Cándido era buena persona, él le compró el camión de segunda mano con el que se gana la vida y siempre se lo agradecerá. Después de una mala racha, su suegro le salvó de la indigencia. Pero no fue un regalo, como siempre que tiene ocasión insinúa la bruja de su suegra. Se lo pagó en pequeñas cuotas durante diez años. JUANITO, rezaba en el frontal del camión, quería haberlo cambiado porque él se llamaba Paco, pero nunca le llegó el dinero y con el tiempo se acostumbró.
Entretenido estaba Paco en estos pensamientos y en decidir si volvía a casa o lo retrasaba, cuando en el horizonte una luz cegadora casi hizo que se saliera de la carretera. Fue solo un momento pero se estremeció. No fue un relámpago ni un rayo, porque la luz parecía salir del centro de la tierra. Asustado decidió volver a casa, ya se enteraría por las noticias de lo que había pasado.
Al día siguiente estuvo atento a los telediarios e incluso compró el periódico, motivo de mofa para su familia.
—Con las cosas que hay que hacer en casa y tu ahí sentado haciendo crucigramas— decía su esposa.
—Ahora se va a hacer el intelectual— apuntaba su suegra con mala baba.
Ninguna noticia del fogonazo. No sabía que pensar. Estaba seguro de lo que había visto, pero decidió no contárselo a nadie no fueran a tomarle por loco.
Unos días le duró el interés, después, fiel a su carácter perezoso y conformista volvió a sus rutinas. Días después mientras cenaba casi se atraganta. En la televisión hablaban de una mujer desaparecida y la última vez que se la vio con vida fue en el mismo lugar del fogonazo. No dijo nada a su familia, pero esa noche apenas durmió. No creía en ovnis ni extraterrestres, pero por más vueltas que le daba no le encontraba ninguna explicación. Se convirtió en una obsesión rastrear noticias de desapariciones y rondar la zona del fogonazo. Hasta que una noche volvió a pasar, la luz y al cabo de unos días otra desaparición. Esta vez la de un joven vendedor de telas de tapicería. En las noticias ninguna mención al fogonazo. A los dos meses volvió a ocurrir. Ya empezaba a sentirse superado y culpable. En su casa estaba disperso, distraído, no sabía si acudir a la guardia civil o ir al médico a que le tratara de las alucinaciones.
En su casa las cosas no ayudaban, al verlo tan en sus cosas, su familia se cebaba con él. Las quejas de su mujer iban en aumento y su suegra no tenía piedad, su lengua viperina se estaba fortaleciendo con la edad.
—Este Paco cada día está más atolondrado, no se que viste en él hija. Con lo guapa que eras podías haber aspirado a algo mejor—.
—Madre se podría callar un poco, la va a escuchar Paco y ya sabe lo sentido que es—.
La tarde de un sábado, ya no podía más. Estaba harto de tantas monsergas y de su cabeza que no dejaba de dar vueltas al mismo tema. Con una resolución que no era propia de Paco, se levantó del sofá y anunció:
—Venga familia, vamos a hacer una escapada, que nunca hacemos nada juntos—.
Nadie dijo nada, ante la proposición insólita y la determinación de Paco todos se subieron al Ibiza y tomaron rumbo a un lugar que solo Paco conocía.
Una semana más tarde, un pastor encontró a tres personas desorientadas dando tumbos por el monte. Unas de las mujeres en evidente estado de shock, no hacían nada más que repetir:
—¡Mi Paco se ha vuelto loco! Nos dijo que la luz nos llevaría y se marchó—.
—Cuando le pille lo mato— decía la mujer de mayor edad con un hilo de voz.
Las autoridades buscan desde entonces a Paco, nadie le ha vuelto a ver.
Hasta siempre amigo!
Saludos Insurgentes