1983, José llegaba a casa, un día pesado dado que había embalsamado a tres jóvenes que murieron por sobredosis, fueron encontrados frente al lago Gento en un Fiat 147 modelo 76 casi congelados. Al llegar al edificio un gato negro se le atravesó, el minino se desvaneció mientras se miraban a los ojos; José ni se inmutó pensó que era producto de su cansancio.
La puerta estaba cerrada, no entendía el por qué, intentó abrir con la llave de siempre, el cerrojo al parecer tenía otra combinación, el olor a barniz agradó su olfato.
El reloj marcaba las 11:59 se sentía abatido, sólo deseaba tirarse en su cama para descansar, un ruido intestinal le recordó que no había comido, pero el fuerte dolor de cabeza que le agobiaba le hizo cambiar de pensamiento, parecía como si tuviese clavado un puñal en su tallo cerebral. Un resplandor intermitente llamó su atención provenía de la ventana superior del edificio, llevaba tiempo viviendo allí 1090 días para ser más exacto sabía que aquella habitación no tenía bombilla.
El edificio era una réplica de un castillo medieval inspirado en la arquitectura Bizantina, la luz se proyectaba hacía la cúpula del centro la misma que se apoyaba sobre pilares de mármol; vivir allí habría sido un lujo imposible de pagar, pero tuvo la fortuna de heredarlo al morir su Tío Roberto.
El reloj marcó las 12, la puerta se abrió y la luz se apagó, el edificio quedó en penumbra, la niebla que acompañaba la ciudad le hizo sentir un frío aterrador, su gabán no le prestó la protección suficiente; su alma estaba congelada desde hace décadas, pero en este momento lo que se le congelaba era el cuerpo, por primera vez en su vida se sintió vulnerable, raro sentimiento para un sujeto que se ganaba la vida compartiendo con seres que estaban «al otro lado del silencio».
José Aidan, tenía orígenes irlandeses por ello su segundo nombre, nombre que ocultaba ante la sociedad, a decir verdad, no solo eso ocultaba, él mismo había decidido pasar desapercibido, por ello nunca se casó, no se le conocía grupo de amigos, aborrecía la idea de reproducirse y de compartir con sus congéneres, de vez en cuando visitaba al prostíbulo del pueblo, ahí satisfacía sus deseos carnales, siempre frecuentaba a Carla, mujer que le comprendía muy bien y con la cual se sentía seguro y plenamente identificado, poseía un don y era el don del silencio, ella nunca le preguntaba sobre su vida, sobre sus sueños, aunque no era muda no se desgastaba en palabras. Se limitaba a prestarle el servicio que requería luego se fumaban un cigarrillo y sin despedirse se vestían, sabían que al pasar unos días volverían a verse.
Al entrar al edificio consideró como si estuviese en otro lugar, no se sentía como en su casa, el ascenso hacía el piso de arriba se le dificultó la falta de luz y el miedo que lo embargaba le hacía caminar lento, comenzó a faltarle la respiración, su preocupación aumentó cuando escuchó ruidos en su cuarto, ruidos asociados a personas que compartían de un festín; voces masculinas que se reían y vociferaban. ¡Basta ya! escuchó patente, otro respondía: ¡No seas cobarde, demuéstrame de que estás hecho! Un grito aterrador silenció el momento; José se quedó inmóvil, estaba a mitad de la escalera le faltaban 11 escalones más para llegar al tercer piso.
Como pudo terminó de subir, las voces ya no estaban y él se conocía muy bien, o al menos eso era lo que creía, tenía recuerdos de su infancia, cuando cumplió los 15 años dejó de ver y escuchar lo que llevaba años escuchando y viendo recordó que era el amanecer del 01 de noviembre y en esa fecha los muertos de otrora, volvían a la vida, volvían para comunicarse. La conexión con el mundo espiritual había vuelto, se presentaba de manera intempestiva y sin posibilidad de rechazarla.
Escuchó tres voces que al unísono le decían: ¡no hemos muerto, nos han asesinado!
Apartes del diario de Marcel Gomó.
Bien relatado y estructurado.
Saludos Insurgentes