La felicidad, ese absurdo, ese abstracto, que al contacto (o tal vez por contagio) con el miedo, los “y si”, el cristal de mis zapatos, los vaivenes, y, en general, con todo lo humano, trasmigra, se aliena, (con)vertido en ese extraño, en ese momento que anhelas, que no acabe, que llegue, rápido, que perdure. Pero ¿Dónde está?
La esperas, la ves en ella, en él, en el pasado, en el mañana, en retratos, que como sumiso rehén te tienen cautivado, y con suerte, en el ahora, lo pones en otro, en el tiempo. Con un poco de lucidez, o la desgana de un muerto, lo pones, con mimo, en ti, lo atesoras, lo asfixias, te crees el (su) dueño. Te atreves a sonreír y olvidas todo cuanto estabas describiendo.
¿Qué es? De tanto mover la felicidad ya he perdido la cuenta.
Buenos versos.
Saludos Insurgentes