Olía a papel y cuero, aquella mañana, el mercado del Pulci.
Nos acercamos sonriendo y sorprendidos por la coincidencia de cruzarnos tan lejos de casa y después de tanto. Confundidos entre el olor a artesanía y los gritos de los mercaderes emocionados en secreto por ser nosotros y no otros, los que se habían reconocido al instante como si aquellas tiendas y aquellas calles hubieran sido siempre nuestro escenario.
Ese 14 de febrero caminamos embriagados por la belleza de las calles. Saboreamos en la pasta más sencillamente hervida la felicidad de tenernos, sin haberlo imaginado, como el más grande de los regalos y memorizamos, con la insistencia del que no quiere olvidar, cada trozo de pan, cada mordisco de queso, cada copa de vino.
Intentamos ser amigos y la ciudad descubrió que aquella no podía ser nuestra única intención. Lo gritaba la quemazón del vino en nuestras gargantas, la sangre ardiendo en cada mirada, la emoción fermentando con el alcohol.
Nos hizo falta solo ese día en Florencia para ceder ante la evidencia de que la vida nos había llevado hasta allí, como si hubiera planeado reencontrarnos en un mundo paralelo en el que podíamos ser nosotros sin que lo fuésemos para nadie más. Y con la confianza de los que se conocen desde siempre y la pasión de los que se acaban de descubrir, no perdimos el tiempo considerando la alternativa. Bendecidos por la juventud a medias, instigados por la espontaneidad y movidos por la libertad, nos rendimos sencillamente a lo que estaba teniendo que ser: un amor eterno sentenciado en su primera intención. En un escenario que nunca habíamos compartido, sin ensayos ni guion, Santa María Maggiore oyó nuestras súplicas y nos abandonamos al entreacto en medio de la obra de nuestras vidas.
Enhorabuena!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes