Cuando uno vive aferrado al pasado, el camino más corto hacia la emoción está asfaltado de gloria y alumbrado por hipérboles. Cuando uno, además, se siente en la obligación de derrotar al presente, el camino más corto hacia la sonrisa suele estar al otro lado de la ventana. Es por ello que el vacío tiene esa garra llamada tentación que atrapa nuestra inconsciencia, es por ello que no hay mal que por bien no venga y no hay sombras que no dibujen luces.
- Me quedé sólo ante el portero. – Relataba el abuelo ante la mirada atenta de sus nietas.
Carla, la mayor, acariciaba el pelo de su muñeca de trapo y Patri, la pequeña, acariciaba el cuero de su pelota de fútbol.
Una sabía que debía el nombre a su abuelo Carlos, abnegado delantero de los años setenta y la otra que se lo debía al portero que le regaló la gloria; Patricio Sensini.
Y es que aquella foto del mano a mano entre ambos en la final de la Copa, fue portada durante varias semanas.
- Le driblé y anoté a puerta vacía.
Tras ellos, la abuela remendaba en silencio los pantalones rotos de Patri. En silencio, abrió el cajón del comodín y sacó la foto que llevaba guardada más de cuarenta años.
Junto a las nietas, el abuelo lloraba, al igual que lo hizo aquel día cuando, un fotograma más adelante, dribló a Sensini y lanzó el balón fuera de la portería.
Jamás ganaron esa Copa, pero que importaba a aquellas alturas cuando las sombras de la memoria dibujaban luces y las palabras rotas del abuelo regalaban sonrisas.
La foto regresó al cajón y la abuela regresó a sus labores.
Mientras, Patri lanzó el balón al abuelo y se colocó en posición para realizar una nueva parada.
Saludos.
Con un bonito guiño al olvido.
El giro final es muy enternecedor.
Enhorabuena Pablo!
Saludos Insurgentes
La redacción y el estilo espectaculares como siempre