«FRACASO, ENFERMEDAD CONTAGIOSA»

867 palabras
7 minutos
95 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😨 Cuenta la historia de un escritor o escritora atormentado por su miedo a fracasar.

Siempre me gustó el color blanco. Ese blanco casi nuclear que, para mirarlo, se necesitan gafas oscuras. Mi tez morena, betuneada por mi afición a soasarme al sol, cuadra bien con ese color. Pero los gustos cambian por la razón que sea. La vida me ha empujado, literalmente, a ser escritor. Soy casi un escritor forzoso. Me empujaron, me caí y necesito estar un tiempo con la pata al aire en su versión monacal. Y ahora, escribo para matar el tiempo antes de que él me mate a mí. Ya había ejercido de escritor años ha pero doña dificultad económica me cogió del brazo y me llevó a otros lares, concretamente a una oficina. Era allí, también, escriba pero no de historias sino de naderías que necesitan que alguien las escriba. Llamé a mi ex editor, que viene a ser como mi ex pareja, para ver si podía echarme un cable bien robusto. Y el hombre me ofreció que escribiera algunos cuentecillos para adultos. Me puse contento quizá con antelación, pero no le voy a cerrar la puerta a la alegría, aunque no venga para quedarse. Mi editor me ha dado un tope para presentarle algo. Algo, qué palabra más insulsa y a la vez tan profunda. Tengo un bloc nuevo que huele a primer día de colegio. Está impoluto, virgen. Ahí anoto embriones de futuribles. Pues, allá vamos. Tengo ideas que bailan bachata en mi mente. Pero son rebeldes, las llamo y no vienen. Son masas amorfas a las que cuando atrape les daré forma. Estoy a tope de todo. Siento otra vez el arranque del escritor. Ya lo había olvidado. Quiero que ese blanco de las hojas desaparezca y enterrarlo bajo el negro de las palabras, otrora letras. Tengo un montón de personajes que quieren ser protagonistas. Se creen uno mejor que el otro y así en cadena. Preparo el entorno en el que me sea más propicio escribir: comodidad, luz adecuada y sensata, silencio cómplice y comprensivo, el estómago ni muy lleno ni muy vacío, las preocupaciones guardadas en la caja fuerte y que las robe quien quiera. Un vaso de zumo de granada con un sorbito de brandy para tirar abajo las bolas que se quedan en el cuello del aparato creativo. Cojo el ordenador para ver crecer esos embriones, alimentarlos para que queden historias bien nutridas.

Hacía tiempo que no mataba a tantos personajes. Algunos apenas si han dicho palabra.

Vuelvo a la hoja de papel, y me planta cara, me saca la lengua y se mofa de mi sequía. Aparecen en la hoja palabras que no son obra de mi mano, garabateadas en un negro azabache: “Inútil, mediocre, dedícate a otra cosa”. Rompo la hoja en pedazos. Me parecen trozos de un espejo que multiplican mi ira.

Con las hojas es más fácil y económico cabrearse. Las estrujas fuerte para exprimir la rabia, haces una bola de no Navidad y al contenedor azul para que en ellas se escriban otros intentos de algo. Con el ordenador, la contención se impone y duele por dentro. No me cabe. Lo lanzaría contra la pared, pero acabar con un ordenador no es rentable y sería el colmo del escritor.

He indultado a uno de los personajes porque es el único que merece vivir. Le ubico en la historia, pero no parece adaptarse a ella. Y cada vez le veo menos opaco, más traslúcido y definitivamente transparente. Se me va y antes me dice adiós con la mano musitando un “Me voy a otra historia tío. Esta no es mi lugar”.

Mi editor me llama y me llama y le digo que ya casi he terminado. Hay mentiras que son préstamos con intereses impagables.

Es esta hoja la veinteava generación de la libreta. En ella deberían corretear mis historias pero, no sé. La hoja se hace grande y me cubre la mano, la cara, la cabeza. Me cubre y me deja sin luz. Me cubre el cuerpo y no me deja respirar. Su celulosa es densa y me oprime. Quiero gritar y un puñado de palabras anárquicas se meten en mi boca y me ahogan. No puedo tragarlas.

Oigo una voz. Una mano me zarandea. Me destapa y me pregunta por qué me tapo con la sábana, cabeza incluida. Balbuceo. Pues no estoy solo. Me acompaña un hombre que suele visitarme. Fracaso le llaman. No le abro la puerta, pero tiene la llave de mi casa. No es cierto que los amigos se elijan. Lleva un traje en tono miedo. Me da unas palmaditas en la espalda y me suelta “¿Qué, amigo? Veo que me echabas de menos. Es que no puedes vivir sin mí”. Me dice de jugar una partida de ajedrez. ¡Cómo deseo que se marche! Pero le temo y prefiero seguirle el rollo. Quisiera aplastarlo y que le devoraran los triunfos. No dispongo de la contraseña que desbloquee mi anemia creativa.

Cuando se marcha, vuelvo a empezar, pero ahora, escribo sobre hojas negras con un bolígrafo de punta clara. Así, la sensación de la hoja en blanco no es tan literal. Tengo a mi vera un espray-placebo antifracaso. De tanto en tanto, me pulverizo con él. Solo por si las moscas.

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Am
Amurielb
03 sept, 16:53 h
"Ya había ejercido de escritor años ha pero doña dificultad". Falta una coma antes de "pero".
"Pero son rebeldes, las llamo y no vienen". Después de "rebeldes" vendría un punto, no una coma.
Victoria Nieto Barrios
05 sept, 17:55 h
Hay faltas de acentuación y de puntuación. ¡Hay que revisar siempre! ¡Mucho ánimo!
Victoria Nieto Barrios
06 sept, 16:29 h
"Algo, que palabra más insulsa"
Aquí, ese "que" lleva tilde, por ejemplo.
Vanesa Romero Códez
05 sept, 23:07 h
Me ha encantado el relato. Me ha mantenido dentro de la historia todo el tiempo y me he sentido muy identificada. Me encanta tu forma de relatar. Enhorabuena.
Susana Aparicio
06 sept, 17:08 h
Jejejje. Yo también indulto personajes.
Me gusta.
Un abrazo
Anastasia Sopale Thompson
07 sept, 19:50 h
Un relato curioso y transmite muy bien la pesadilla del círculo vicioso en que cae el escritor ante la ausencia de ideas convincentes. Me ha gustado, Gabrielo.
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