Respiras, pero cada vez más flojito. No te vayas. Agarra mi mano, fuerte; no importa dónde estemos ni en qué etapa de nuestras vidas. No importa si allí a lo lejos, donde viven los mortales, tenemos vidas normales o si hacemos lo que todos hacen. La montaña nos ha mostrado su realidad, amarga, pero no puedo echarle la culpa. Ella siempre ha sido sincera con nosotros.
Siempre me ha apasionado ver la silueta de los árboles, las líneas curvas de sus copas, que parecen estar trazadas por cualquier pintor neerlandés. ¿Las ves? No dejes de contemplar ese espectáculo. No pienses en mañana; mira hasta dónde hemos llegado. Mi abuelo me decía que no importaba cuándo nos fuéramos, si no la manera que teníamos de hacerlo. Tú mereces estar satisfecha por todo lo que has conseguido. Fíjate en las formas de las nubes; el sol nunca tendría la osadía de envidiarlas, aunque se empeñaran en ocultarlo. No cierres los ojos, por favor, agarra mi mano. Yo no me separo de ti. Respira, respira.
En este tipo de historias lo impactante es un final triste. Ella salvó su vida. Ya no trabaja en la empresa de transportes en la que trabajaba. Ahora expone sus obras en varias galerías de arte, y lo hace en honor a su marido, que se fue al poco tiempo por culpa del cáncer. Él se marchó feliz, porque ambos sobrevivieron aquel día y porque pudo ver a su mujer haciendo lo que a él más le gustaba: pintar las formas de la montaña.


Un relato se destaca por hacerse corto, dejar una sensación en el lector y acabar con un gran final.
Enhorabuena.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.